Cuando regalamos algo de nosotros a otras personas,
no necesariamente estamos esperando algo a cambio,
de ahí que muchas veces haya más placer en dar que en recibir.
Sin embargo, muy a menudo aparece una enfermedad destructiva que
nos azota a todos los seres humanos: el orgullo.
Alguien reclamando acerca de su ex, a quien aún amaba me preguntaba:
“¿Acaso tú crees que yo me voy a poner a mandarle un mensaje,
así por así, sabiendo que él no me ha dado ni una sola llamada
ni se ha dignado a mandarme un solo mensaje?”
Y mi respuesta fue SÍ y...? ¿Hay algún problema en ello?
¿Es un delito de lesa humanidad? ¿Qué no es más contraproducente,
que te muerdas la lengua para no decir lo que sientes?
Siempre hay que poner unos límites, nadie lo niega.
Sin embargo esos límites no pueden caer en el error del encierro.
Es normal que quieras apartarte de alguien,
pero hay algo que debemos recordar: todas las personas con sus
buenas o malas acciones, han estado en nuestras vidas y de cualquier
forma han sido nuestros maestros.
El día que dejamos de expresar un sentimiento es porque
ya no lo sentimos, no hay un antes ni un después.
Mientras en nuestro corazón haya un pedacito de la otra persona,
ahí estará presente por más que queramos negarlo.
Contradecirnos, aparte de ser una locura,
es una estrategia macabra para nuestra alma,
de esta forma lo que hacemos es inflarnos como globos
con las cosas que no queremos decir y el problema es que tarde
o temprano ese globo se estalla y quizá no sea de la manera más adecuada…
¿no es preferible evitar dicha explosión?
¿Acaso no resulta más sencillo decir lo que sentimos en lugar
de guardárnoslo en el corazón bajo llave?
Debemos dejar de dar “puntadas sin dedal”,
es decir, debemos dar sin esperar que todo lo que
entreguemos regrese multiplicado por inercia.
Con dar, ya estamos ganando, pues estamos repartiendo
nuestra riqueza y no la estamos avasallando cuan
terratenientes tacaños y despiadados.
Tenemos una obligación con el mundo: devolverle aunque sea en una mínima
parte alguna de las bendiciones que nos regala,
ya que si miramos bien, el universo nos brinda hermosos
atardeceres, cielos multicolores, paisajes deslumbrantes,
amaneceres preciosos y una infinita gama de sensaciones…
¿Y nos pide algo a cambio? No. Hay un amor infinitamente desinteresado
para con nosotras, entonces ¿por qué no podemos imitarle?
No debemos seguir siendo recipientes dispuestas sólo a recibir.
El amor que tienes es el que das. Y si no das nada…
¿entonces, qué es lo que tienes? Debes reconocer que eres inmensamente
rica y que tu fortuna humana es absolutamente incalculable.
Sólo compartiendo tu riqueza contigo misma y con los demás,
aprenderás a saborear cada soplo de vida.
Date cuenta que sólo recibirás si tú das primero.
Recuerda: Hay que dar sin esperar recibir.
Y hay que recibir como si nunca hubieses dado.
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