No quites lo fundamental de tu semilla: el cascarón sólo la recubre.
No quites la oración de tu vida: el bullicio sólo la confunde.
No quites el amor de tus actos: la aridez sólo los seca y los deshace.
No quites el corazón del mundo: el vacío lo enfría.
No quites las columnas de tu edificio, porque el viento se lo lleva.
No quites las rosas de tu siembra, porque el abono no se amarga.
No quites tu pie del pedal, porque te faltarían fuerzas para arrancar.
No quites la mirada de tu montaña, porque te faltarían alas para el vuelo.
No quites el caudal de tu corriente, porque te quedarías apantanado en la mediocridad.
No quites el color a tu pincel, porque se convertiría en una caña hueca.
No llores sobres tus escombros, porque te faltaría experiencia para empezar de nuevo.
No te encumbres demasiado, porque de ahí nacen las peores caídas.
No te coloques detrás del sol, porque te faltaría luz en los ojos.
No te rías detrás de la hipocresía, porque te faltaría verdad en el corazón.
No te rindas al brillo del dinero, porque te convertirías en metal.
No te midas por lo que hiciste, sino por lo que llevó dentro tu proceder.
No obres por mandato, porque te convertirías en esclavo.
No juzgues por apariencias, porque te convertirías en un frívolo.
No vivas de promesas, porque te convertirías en un soñador.
No te concentres demasiado en ilusiones, porque la vida se maneja entre realidades.
No te asustes de ti mismo: ten el valor de verte “como eres”.
No retrases ni aplaces tus proyectos, porque otros se te adelantarán y los sacarán a la luz.
No te sientes a ver pasar la vida, porque luego no sabrás como vivirla.
No digas que tu vida es la menos apetecible, sino la que nunca has puesto a funcionar.
No des a nadie por perdido: si no sabe trabajar sobre sí mismo, deja que Dios trabaje sobre él.
No reluzcas tanto tu éxito, mejor sería lucir un huequito en el corazón por donde todos divisen el amor.
No escatimes el perdón: es imposible caminar con tantas heriditas abiertas.
Nunca te inquietes demasiado pensando que no puedes: eres débil hasta que la vida te deja ver tu fortaleza.
No centres tu vida en la importancia que tienes, sino en lo importante que son los otros para ti.
No hagas de tu sueño algo perdido: nunca sabrás lo que vale hasta que lo veas dando frutos en la realidad.
No busques libros ni asignaturas para conocer la vida: ¡hay que graduarse sin diplomas!
No sepultes para siempre la vocación con la que naciste, porque dentro vivirá una raíz reclamándote toda la vida.
No pienses que Dios tensa tus cuerdas para hacerte sufrir, sino para que des el tono y afines los sentimientos.
Nunca te sientas solo: siempre hay una soledad esperando por la tuya para que las dos se acompañen.
No te creas un hombre de suerte, porque a veces cobra mucho por lo que te da.
No creas que tu cruz es la más pesada: hay otras más difíciles de cargar.
No hables de Dios y su justicia, porque siempre quedarás en deuda.
No pierdas el timón, porque perderías el rumbo.
No pierdas el motivo, porque perderías el impulso.
No pierdas la emoción de vivir, porque perderías la llama que calienta el corazón e ilumina la vida.
No pierdas la fe, ¡porque te derrumbarías!