¡Hablame! Que tu voz, eco del cielo, sobre la tierra por doquier me siga... con tal de oir tu voz, nada me importa que el desdén en tu labio me maldiga.
¡Mírame!... Tus miradas me quemaron, y tengo sed de ese mirar, eterno... por ver tus ojos, que se abrase mi alma de esa mirada en el celeste infierno.
¡Amame!... Nada soy... pero tu diestra sobre mi frente pálida un instante, puede hacer del esclavo arrodillado el hombre rey de corazón gigante.
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Tú pasas... y la tierra voluptuosa se estremece de amor bajo tus huellas, se entibia el aire, se perfuma el prado y se inclinan a verte las estrellas.
Quisiera ser la sombra de la noche para verte dormir sola y tranquila, y luego ser la aurora... y despertarte con un beso de luz en la pupila.
Soy tuyo, me posees... un solo átomo no hay en mi ser que para ti no sea: dentro de mi corazón eres latido, y dentro de mi cerebro eres idea.
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¡Oh! por mirar tu frente pensativa y pálido de amores tu semblante; por sentir el aliento de tu boca mi labio acariciar un solo instante;
por estrechar tus manos virginales sobre mi corazón, yo de rodillas, y devorar con mis tremente besos lágrimas de pasión en tus mejillas;
yo te diera... no sé... ¡no tengo nada!... -el poeta es mendigo de la tierra- ¡toda la sangre que en mis venas arde! ¡todo lo grande que mi mente encierra!
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Mas no soy para ti... ¡Si entre tus brazos la suerte loca me arrojara un día, al terrible contacto de tus labios tal vez mi corazón... se rompería!
Nunca será... Para mi negra vida la inmensa dicha del amor no existe... sólo nací para llevar en mi alma todo lo que hay de tempestuoso y triste.
Y quisiera morir... ¡pero en tus brazos, con la embriaguez de la pasión más loca, y que mi ardiente vida se apagara al soplo de los besos de tu boca