El lago de los cisnes estrellados
Los diminutos aspiradores de los aires vuelan hasta lo alto de los lagos
para que los vientos los maltraten y así, recordar con sus muertes a los
culpables que aún siguen llorando por los cadáveres de la
Marea Asesina de Madres. Los embriones calcificados de las bastardas juran venganza
desde sus efímeras celdas, haciendo callada promesa de que crecerán para
ocultarse en los rincones más ocultos de nuestras moradas para podernos
aterrorizar. Las cigüeñas abandonan sus poblados sacros para perderse en la
inmensidad y poder llevar a cabo contra nos un tenebroso plan secreto. Las
agridulces alimañas siguen tocando los violines de sus resquebrajadas alas,
usando como arcos las espinas dorsales de sus marinos hermanos. El corazón del
lago se convulsiona como un cometa de hielo que besa el polvo de Mercurio, con
ira ardiente y con tristeza gélida. La hierba abandona sus raíces.
Se somete a la merced de la sequedad por hacer honora la muerte de las
armaduras verdes que crecen a las puertas del océano.
Eso sobre las aguas. Bajo ellas, las carpas sehan desescamado contra las piedras
para que su armadura hermosa luzcadecrépita, sacrificando sus joyas más hermosas.
Los herreros rojos de loscharcos quiebran sus brazos abandonando sus tenazas,
dejando sus pinzas como lápidas por los acuosos hermanos que en las
costas hicieron cementerios.
Las libélulas se han deshecho de las alas que las coronaban como las reinas de la charca.
Ahora se miran en el reflejo del agua y la flor más linda ahora parece una mosca.
Las obreras servidoras de la diminuta y alada reina, caminan en ordenada procesión,
tomando el océano dulce como destino final. La general obrera dirige a sus
férreas hembras con determinación en la mirada.
“Nuestras hijas propagarán la marabunta por la extensa tierra.
Nosotras pereceremos para enseñarles el valor del sacrificio”, así sentía la reina de las
obreras. Los bardos encapuchados de la noche han jurado que harán que su lamento metálico
resuene como el trueno. Cobarde ofrecimiento, si no fuera porque juran que se enterrarán
en la tierra y desde allí, muertos como sus hermanos, pugnaránen estruendo contra la ira
de los cielos. Los sapos, maestros y orquestadoresde la melodía serán los que padezcan
la mayor de sus agonías. Ellos, hijos repudiados del agua y la tierra sintieron más que nadie
el lamento hervido por los mares y bramado porla tierra. Los sapos croaron un grito de horror
hacia los cielos al oir de la tragedia. Las Gaviotas que informaban de lo ocurrido llegaban
apresadas por la Pegajosa Muerte y caían trinando las terribles noticias.
Los sapos aún viven porque le deben tributo a los cisnes, los Príncipes Blancos de este lago.
Ansían rendir digno y sonoro culto para los profetas del color de las nubes
esperanzadoras, porque fueron los primeros en morir ante el horror de La Marea
Negra. La sensibilidad nívea de sus almas se vió impregnada por la corrosión repentina
del negro magma cuando se enteraron de la noticia. En aquel momento,
se miraron entre sí y todossintieron como una parte de sus almas se moría. El bosque entero quedó arrasado por el atroz invierno del sufrimiento de sus hermanos muertos.
Los príncipes alados sintieron que sus almas se sumían en negra aflicción y volaron
con premura hacia los cielos, intentando escapar de semejante tormento.
Su ascenso vertiginoso enmudeció a los asombrados animales del lago,
pues poseían la potencia de cien halcones. Los cisnes siempre parecieron tan hermosos
y frágiles de corazón como de plumaje pero en aquel momento, se erigieron como raudos
aurigas de sus almas, o de lo contrario la marea negra alcanzaría su inmaculada esencia.
La sensibilidad de los cisnes, les hacía sufrir el castigo en sus pulmones ante la asfixia
de trágica de sus hermanos del océano aspirando por sus branquias las aguas infectas
del residuo canceroso. Las ascuas de la desolación quemaron velozmente su inocencia
y el tormento de la Marea Negra hizo arder su inocencia. Los cisnes del lago dejaron de ser
blancos de alma. Por más que intentaron volar, sintieron que no podían soportar el sufrimiento
de vivir sintiendo la agonía de la Gran Mancha. Nada importaba ya, pues los cisnes
nunca más volverían a ser inocentes. Sus hermanos morían por nada, no eran vidas
sesgadas por ningún motivo. Las plumas de los cisnes se congelaron de abismal
tristeza en pleno vuelo. Las alas dejaron de volar cuando estaban a la mitad de las nubes.
Entonces, de sus ojos brotaron lágrimas afásicas que les acompañaron en la
inexorable caída. Todos los animales del lago contemplaron enmudecidos la
estrepitosa caída de la inocencia alada. Así fue como los demás animales
siguieron a los Príncipes Blancos del Lago, pues aquellos también sintieron en
sus almas el toque de la herrumbre plastificada, y los más nobles de corazón sesgaron
también sus propias vidas en señal de repulsa y duelo. Y cuando todos, menos
las víboras se extinguían, en lo profundo de sus mentes todos pensaron:
“A morte do noso mar é a morte do noso mundo”.
Fin