No grites si no es para pedir auxilio, festejar un triunfo o evitar un accidente. En una situación normal el grito no es una forma de comunicación aceptable.
Las personas educadas no gritan, no necesitan hacerlo. Se equivoca quien cree que el valor de lo que dice depende del volumen de su voz.
Nada es mejor o más importante porque suena más fuerte. El grito es la confesión del miedo.
Grita el que teme no ser tomado en cuenta o no ser obedecido.
En verdad el grito es un acto que compensa los silencios sumisos que guarda el gritón con otra gente.
El grito es una falta de respeto solo hace bulla, ofende y humilla. Grita el que pretende imponer una autoridad que no tiene. El grito es un gesto de prepotencia, rebaja a quien lo prefiere. Grita el altanero, el que cree que gritando todo lo puede.
Aquel que grita aun ser indefenso o a un subordinado, también puede gritar a una mujer, a un anciano o a un niño.
Gritar por costumbre es una enfermedad triste pero gracias a Dios curable. Es dejar salir la fiera que todos llevamos adentro; aunque valgan verdades las fieras no gritan.
En un conflicto de opiniones, serénate, sonríe y si es posible guarda silencio, pero jamás grites. El que lo hace está anunciando que ha perdido el control de la situación.
En todo grupo humano convencen las ideas y los argumentos, aunque sea a media voz, por escrito y hasta con señas. El grito esta por debajo de todo eso.
El que tiene la razón no grita. Los sentimientos más nobles y las palabras más bellas se dicen en voz baja y en tono amable.