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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: ♥ SuaveQuel ♥  (Mensaje original) Enviado: 27/11/2012 03:53

 

 

 

El Rostro Profundo de la Navidad

 

 

Cada Adviento tendríamos que saber convertirlo en un hermoso momento para preguntarnos quién

es Dios para nosotros.

Si Dios es Alguien que influye, que transforma, que exige en nuestras vidas; o si, por el contrario,

Dios es Alguien con el cual nos podemos permitir cierta indiferencia.

En la proclamación del profeta Isaías está centrada una frase que se repite una y otra vez: “

Yo soy el Señor, y no hay otro”. En las palabras del profeta está encerrado lo que tiene que significar

 Dios en nuestra existencia. No puede haber otro señor en nuestra vida que no sea Dios. Y sin embargo,

sin darnos cuenta nos dejamos atrapar por otros señores, que son los que acaban mandando en

nuestra existencia.

Dice Jesús en el Evangelio de San Lucas: “o se puede servir a dos amos”. No se puede servir a dos señores.

¿Cuáles son los otros señores? Los otros señores son a veces nuestro servicio a las cosas materiales,

en vez de a las cosas de Dios. Cuando la ley fundamental de nuestra vida es la comodidad, ése es

nuestro señor. Cuando la ley fundamental de nuestra vida es el egoísmo, ése es nuestro señor.

Cuando nuestro corazón se cierra a los planes de Dios en nosotros, y somos nosotros los que

diseñamos los planes y luego le ponemos una etiqueta que dice ‘Dios’, para quedarnos a gusto,

ése es nuestro señor. Cuando, a lo mejor, la soberbia es la que manda, ése es otro señor.

Y sin embargo, el profeta insiste una y otra vez: “Yo soy el Señor; y no hay otro”.

Esta insistencia nos hace ver que en verdad, Él es el único capaz de sacarnos adelante,

por muchas dificultades en las que podamos o queramos meternos.

Constantemente tenemos que decidir a qué señor queremos servir. Pudiera ser que al analizar

mi vida me dé cuenta de que vivo enredado en un montón de situaciones frívolas, ligeras

 y superficiales. ¿Quiero yo servir al dios de la banalidad o de la frivolidad?

¿Cómo podemos saber cuál es nuestro señor? ¿A qué señor quiero yo servir?

Analiza con mucha sinceridad, con mucha autenticidad quién es el que ocupa tu corazón.

Si a lo largo del día te encuentras pensando en cosas materiales, no como medio, sino como fin,

ése es tu señor.

Si a lo largo del día te encuentras pensando más en el qué dirán que en cómo servir al Señor,

ése es tu señor.

Sin embargo, esto no llena el corazón, sólo lo entretiene. Y de hecho, la pregunta que

Juan el Bautista le hace a Jesús, es una pregunta que nosotros tendríamos que hacernos muy

 seguido cuando nuestro corazón se inclina hacia lo intrascendente y superficial.

 “¿Eres Tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?”. Y si somos sinceros, escucharemos l

a respuesta muy clara: “Yo no soy, yo nada más estoy aquí para entretenerte”.

Y si le preguntamos a la moda y le preguntamos a la superficialidad y le preguntamos a

la opinión de los demás y le preguntamos al respeto humano y le preguntamos a la pereza:

“¿Eres tú el Mesías, o tengo que esperar a otro?” Si somos sinceros, escucharemos la misma respuesta:

“Yo no soy, yo estoy aquí nada más para entretenerte”.

¡Qué serio y qué fuerte es esto! Porque cuánta gente vive sólo y nada más de eso y para eso.

 Y ahora que llega la Navidad, nos enredamos en la historia del arbolito y en las luces y en los

regalos y en la fiesta y en el viaje; nos enredamos en esos señores, como si ellos fueran el Mesías.

Cada uno tendría que preguntarse con mucha sinceridad: ¿Quién es mi Mesías?

Solamente Aquél que es capaz de curar la ceguera del corazón; solamente Aquél que es capaz

de hacer caminar lo que está atorado en el alma; solamente Aquél que es capaz de limpiar esa

lepra con la que, a veces, nuestras virtudes están anidadas sin poderse mover; solamente

Aquél que es capaz de quitarnos la sordera al Espíritu Santo en el alma; solamente Aquél

que es capaz de resucitar la muerte que, a veces, está en nuestro corazón. Solamente el que es

capaz de que los ciegos vean, el que es capaz de que los cojos anden, el que es capaz de que

 los leprosos queden limpios, el que es capaz de que los sordos oigan y de que los

 muertos resuciten, es el Mesías.

Y aunque nosotros en Navidad vemos a Jesucristo como un bebito muy lindo, en un pesebre,

la palabra de Jesús es muy seria: “Será feliz aquél que no se escandalice de Mí”; será feliz

aquél que sea capaz de traspasar ese rostro superficial de la Navidad y se deje enamorar por

el rostro profundo de la Navidad: el rostro de un Dios que quiere ser el primer amor,

el amor verdadero de tu vida.

Todos sabemos que quedarnos en la superficie de las cosas nunca compromete,

en ningún ámbito de la vida. Quedarte en la superficie de la educación de tus hijos,

no te compromete; quedarte en la superficie del matrimonio e ir pasando un año, dos,

 tres y veinte, no te compromete; quedarte en la superficie de un servicio a los demás,

 no te compromete. “Dichoso aquél que no se escandalice”, dichoso es aquél que es capaz de

entender el rostro profundo de la Navidad, que es el rostro de un Dios que viene a tu vida

 para decirnos que El sí es el que tiene que venir, que no hace falta que esperemos a otro,

que nadie más que El nos va a salvar.

 

 





 





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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: marce702 Enviado: 04/12/2012 00:42


 
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