¡Si una espina me hiere, me aparto de la espina, pero no la aborrezco! Cuando la mezquindad envidiosa en mí clava los dardos de su inquina, esquívase en silencio mi planta, y se encamina, hacia más puro ambiente de amor y caridad.
¿Rencores? ¡De qué sirven! ¡Qué logran los rencores! Ni restañan heridas, ni corrigen el mal. Mi rosal tiene apenas tiempo para dar flores, y no prodiga savias en pinchos punzadores: si pasa mi enemigo cerca de mi rosal,
se llevará las rosas de más sutil esencia; y si notare en ellas algún rojo vivaz, ¡será el de aquella sangre que su malevolencia de ayer, vertió, al herirme con encono y violencia, y que el rosal devuelve, trocada en flor de paz!