Me encanta ver las flores despertar a un nuevo día. A medida que la luz del sol las toca, responden abriendo sus pétalos en una bella demostración de color. Del mismo modo, abro mi corazón a la gracia de Dios. Su actividad en mí es tan constante como el amanecer y el atardecer.
Abrir mi corazón no requiere esfuerzo cuando me entrego a la Luz. La gracia surge de manera natural. Siento calidez, aceptación y amor. Dejo ir lo pasado y acepto más de la actividad divina en el presente. Permito que ésta produzca resultados perfectos, y me entrego a un sentimiento profundo de paz. La gracia añade bien a cualquier cometido que emprenda —mucho más del que pude haber imaginado.
Por tanto, acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para cuando necesitemos ayuda.—Hebreos 4:16
Hoy enfoco mi atención en el poder divino de la fortaleza. Sabiéndome fuerte, voy en pos de mis metas con confianza, determinación y perseverancia. Cualquier retraso temporal sólo sirve para aumentar mi empeño.
Así como el acero se hace más fuerte cuando es expuesto a altas temperaturas, mi habilidad para utilizar mi fortaleza divina aumenta a medida que supero cada obstáculo.
Si encuentro lo que parece ser un bloqueo, invoco mi facultad divina de la fortaleza y acudo a mi interior. Afirmo: ¡Soy fuerte y victorioso! La emoción rebosa de mí según visualizo el cumplimiento de mis sueños. Sigo mis metas con aplomo y resolución hasta lograrlas.
Los que confían en el Señor tendrán siempre nuevas fuerzas y podrán volar como las águilas; podrán correr sin cansarse y caminar sin fatigarse.— Isaías 40:31
La naturaleza me maravilla. La Tierra mantiene ciclos de renacimiento, de opulencia, de dejar ir y de reposo. Yo sigo su ejemplo en mi propia vida. Mi día incluye momentos de trabajo, de entretenimiento, de oración y de descanso.
Me preparo para una noche de reposo dejando ir los sucesos del día, ¡y me levanto listo para darle la bienvenida a lo que la vida me ofrezca! La naturaleza se transforma y se llena de belleza acogiendo cada cambio sin lucha ni esfuerzo. De manera similar, yo acepto los ciclos de mi vida sin afán o preocupación.
Honro la actividad divina que obra en mí. Yo, tal como la naturaleza, estoy en un estado constante de rejuvenecimiento.
“¡Que haya lumbreras en la bóveda celeste, para que separen el día de la noche y sirvan de señales para las estaciones, los días y los años!”—Génesis 1:14
Descubro aguas vivas en la fuente profunda de mi alma.
Un relato popular cuenta que un granjero se propuso hacer un pozo. Cerca de haber cavado cinco metros, la tierra todavía estaba seca y el granjero se disgustó. Él se movió a otro lado, y luego a otros dos más. Su esposa le sugirió que cavara más profundamente justo donde estaba. Él siguió su consejo y encontró una fuente abundante de agua.
En ocasiones, puede que yo actúe como el granjero y piense que mis prácticas espirituales son áridas e improductivas. Sin embargo, si continúo profundizando con fe, pronto llegaré al pozo sagrado de mi alma. Jesús nos habló de las aguas vivientes de la Fuente eterna. Tomo de esa Fuente con gozo yendo más profundamente a mi interior, ¡justo donde estoy!
Porque el agua que yo le daré se convertirá en él en manantial de agua que brotará dándole vida eterna.—Juan 4:14