He de pensar en mí como espíritu, alma y cuerpo. Mi aspecto espiritual es mi esencia divina, mi ser verdadero. En mi mente y emociones es donde realizo la obra del alma de aprender y crecer para expresar cada vez más mi potencial divino.
Por haber sido creado a la imagen de Dios, tengo los atributos divinos de amor, vida y luz. Cada vez que actúo partiendo de mi ser divino, expreso a Dios en el mundo. Una palabra de aliento, un abrazo, una sonrisa cálida o una mano amiga son maneras en las cuales Dios se muestra a través de mí. Lo mismo es cierto para cada uno de nosotros.
Recuerdo reconocer el espíritu morador de Dios en los demás, aun cuando sea difícil de ver. Porque todos somos creaciones de Dios.