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Enviado: 19/07/2009 04:42 |
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Mateo 5:4.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Lucas 23:34. Bienaventurados los que lloran
¿Es necesario desear la desdicha para luego ser consolado? No, porque a causa del pecado el infortunio está presente por doquier. Dios es rechazado, el mundo está perdido y la muerte reina. En resumidas cuentas, toda vida está marcada por el fracaso, pues termina con la muerte. Cuando se acepta esta constatación pesimista, Jesús promete la consolación a los que lloran a causa de sus propias faltas. Entonces son alentados por el consuelo que puede apaciguar toda angustia: el perdón gratuito de Dios y la acogida en su presencia. El Señor Jesús tuvo muchos motivos de tristeza en su vida terrenal. “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11). Lloró por Jerusalén que iba a ser destruida. Lloró por la ingratitud de aquellos a quienes venía a salvar y a bendecir. A menudo, los hombres respondieron con odio a su amor. ¿Somos sensibles al sufrimiento y a los estragos del mal en este mundo? ¿Somos conscientes de que la misma capacidad de obrar mal se halla en nuestro propio corazón? Al implorar la ayuda divina, hagamos lo que es justo ante Dios, entristecidos al ver cómo aún hoy el Señor es menospreciado y rechazado. Entonces podremos experimentar lo que decía el apóstol Pablo: “Como entristecidos, mas siempre gozosos” (2 Corintios 6:10); nuestra fe se elevará y comprenderá que pronto llegará el día en que el Señor será universalmente honrado. En la gloria final, el pecado habrá desaparecido y Dios enjugará toda lágrima (Apocalipsis 21:4).
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