MI SUSTITUTO
Nunca olvidaré a un hombre llevado a ejecutar, llevado por todas las calles del pueblo, y la espalda ensangrentada por los latigazos recibidos.
Fue un castigo vergonzoso. ¿Fue por muchas ofensas? No, por una sola ofensa. ¿Acaso alguno de los conocido ofreció compartie los azotes con él?. No, no había nadie. El que cometió la falta tuvo que sufrir el castigo solo. Era la pena de una ley humana que poco después fue eliminada, siendo aquella la última vez que se aplicó.
Otra escena que nunca olvidaré, un hombre conducido al patíbulo, sus brazos atados, su rostro palido como la muerte, y millares de gente le contemplaban al salir de la cárcel. ¿Hubo algún amigo que hubiera ido a soltare la soga diciendo a los verdugos: Colocadla sobre mí, pues yo moriré en su lugar?.
No, nadie se ofreció. El sólo sufrió la sentencia de la ley. ¿Murió por mucos delitos?. Había robado una bolsa de dinero y quebrantado la ley en un solo punto, murió por ello.
Vi también otra escena que nunca olvidaré: yo mismo a la orilla de un precipicio, y condenado al lago de fuego y al castigo eterno. ¿Fue por una ofensa? No, por muchas ofensas cometidas contra la ley inmutable de Dios. Volví a mirar y he aquí que Jesucristo tomó mi lugar. Llevó en su propio cuerpo el castigo de mis pecados. Murió en la cruz para darme la salvación eterna.
Sufrió el justo por los injustos para llevarnos a Dios. Me redimió de la maldición de la ley. Yo pecador fui condenado a castigo eterno; el sufrió
el castigo y yo fui libertado. Hallé en Él no solo mi sustituto, sino aquel que que suple toda necesidad de mi vida.
"Anhelo deciros se este salvador, "Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que poamos ser salvos". (Hechos 4:12).
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