Es de sobra conocido que, ante determinadas lesiones, como contracturas, esguinces o torceduras, los médicos recomiendan aplicar hielo en la zona afectada. Sin embargo, a pesar de que son muchos quienes hacen uso consciente de esta técnica, lo cierto es que son mayoría quienes aplican el hielo a la lesión sin conocer el porqué de este fundamento médico.
¿En qué consiste la crioterapia?
A pesar de este nombre tan enrevesado, todos sabemos bien lo que es la crioterapia. De hecho, la mayoría de nosotros la hemos usado alguna vez si ser conscientes de ello. Y es que la crioterapia es el nombre científico que recibe la aplicación de frío para tratar las lesiones, bien sea aplicando hielo, geles o nitrógeno líquido en la zona afectada. Lo que conseguimos cuando aplicamos frío a nuestro organismo es reducir el movimiento de las moléculas, es decir que hacemos que nuestros sistemas retarden su funcionamiento.
Hablamos de criogenia para referirnos a la ciencia y la técnica de producir muy bajas temperaturas y pese a que la técnica puede parecernos muy novedosa si empleamos este nombre, nada más lejos de la realidad. De hecho, ya en el año 1840 en que se usó el frío (hielo) para el tratamiento de la malaria y se sabe que incluso Hipócrates, siglo IV a.C, empleaba el hielo y el agua fría para tratar el dolor y la inflamación. ¿Por qué? Los especialistas, como el director de los servicios médicos del Real Madrid, Carlos Díez, aseguran que los beneficios del frío sobre el organismo se deben a su capacidad para “conseguir una disminución de la temperatura corporal y la inflamación”, y a sus “efectos beneficiosos sobre la circulación”, porque al tratarse de un vasoconstrictor, “favorece la reducción del dolor y colabora en la aceleración del proceso de recuperación en caso de lesión”.
Además, esa acción vasoconstrictora va a ralentizar el flujo de la sangre hacia las zonas afectadas por la lesión, con lo que se minimizan las hemorragias- en el caso de heridas abiertas- y las posibilidades de que aparezca un hematoma (acumulación de sangre en las capas altas de la piel).
Precauciones
Ahora bien, siempre que apliquemos el frío para tratar de impedir una lesión o de mejorar su estado, debemos ser precavidos y tener en cuenta que nunca, bajo ningún concepto, se puede aplicar el hielo directamente sobre la piel, ya que puede producir una “quemadura” de manera similar a la que se produce cuando se emplea el nitrógeno líquido para eliminar lesiones cutáneas. Por ello, siempre hemos de emplear algún tipo de cubierta protectora entre la piel y el hielo, ya sea una toalla o una bolsa.
De la misma forma, las precauciones deben extenderse al tiempo de aplicación del frío. No podemos dejar el hielo sobre la lesión de manera indefinida- probablemente tampoco lo soportaríamos- sino que cada cinco o diez minutos hemos levantar la aplicación, para ver cómo evolucionan las lesiones, teniendo cuidado también de cambiar el apósito cuando el hielo empiece a derretirse, ya que es el hielo fresco, el que se encuentra por debajo de los cero grados, el que posee los efectos mencionados sobre el organismo.