Cuentan que en un lugar no tan lejano, cierto día un ángel del cielo cayó.
Era un ángel que estaba malherido, vulnerable, que presentaba lastimaduras en todo el cuerpo, principalmente en el corazón.
Era un ángel de esos especiales. De los denominados “de la guarda”. De esos ángeles que son difíciles de encontrar o que no se encuentran. De esos que protegen mucho, pero son solo para algunos pocos.
Según cuentan aquél ángel estuvo varios días inconsciente en la playa. Recostado sobre la arena, agonizando.
Muy cerquita de allí se encontraban dos estrellas de mar, que azoradas contemplaban la belleza de aquel ángel indefenso.
Sostiene la leyenda que las estrellas se enternecieron tanto, que imploraron a los mares y a los vientos, para que todos juntos asistieran al ser que yacía a sus orillas.
Gracias a los ruegos y al cabo de algunos días, el ángel se repuso de sus heridas.
Ya se encontraba nuevamente en condiciones de retomar a su destino.
No obstante, antes de marcharse, en señal de agradecimiento; aquel ángel único y especial les hizo un ofrecimiento. Les ofreció volar hasta los cielos, convertirlas en estrellas maravillosas y hacerlas feliz eternamente.
Dicen que las estrellas se miraron una a otra. Se mostraron indecisas, incrédulas, tenían miedo de dejar aquello que conocían.
Ambas pensaron, y sintieron lo que debían hacer.
Fue así como una de ellas decidió quedarse. Simplemente por temor. O quizás por creer que no podía llegar tan alto, vivir tan feliz.
La otra mientras tanto eligió volar.
La estrella de mar que optó por los cielos rápidamente fue impulsada al espacio.
Y cuanto más se alejaba de aquella arena costera, más perdía los miedos y agonizaban los dolores del mundo terrestre.
Tal como el ángel se lo había prometido.
La estrella se posó en lo más alto de los cielos, abrazando los umbrales del deseo y de la felicidad.
Los pobladores de aquel lugar aseguran que hasta el día de hoy brilla indómita. Orientando a los que se perdieron. Marcando el norte a los mortales y a los ángeles caídos.
Hay quienes aseguran que la llaman “estrella polar”.
Por su parte, la estrella que se quedó en la tierra, la que no se animó a volar, ya no está.
Dicen que vivió muchos años. Dicen que solía sonreír. Dicen que fue feliz.