Busco cauces de palabras
inéditas para una mujer de agua.
Busco metáforas que
conviertan
en todo, la nada infinita
de la bruma lejana
difuminándose.
Busco comas que sepan
conjugar nieves lejanas
con labios hirvientes.
mujer de la bruma...
Busco puntos y apartes que
reconquisten el fuego desde
cualquiera de sus cuencas.
Busco torrentes de versos
incandescentes, que aneguen
lenguas heladas, que se enreden
en mareas de piel y saliva.
Busco estrofas de aire que
te desnuden y perfumen
con placer de oleaje la tierra.
¡Busco tantas cosas en
palabras acuáticas!
Busco rimas de lluvia entre
tus piernas para calarme de
influjo en la árida lejanía.
Busco palabras eternas para un
poema líquido; un afluente que
te mantenga hidratada sea cual
sea el estado en que te halles.
Busco palabras inconcebibles;
palabras húmedas, gotas
de palabras inexistentes
que resbalen por tus polos
hasta deshacerte de hambre.
Sigo buscando palabras…
mujer de la bruma...
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera.
La tierra a la que vine no tiene primavera:
tiene su noche larga que cual madre me esconde.
El viento hace a mi casa su ronda de sollozos
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.
Y en la llanura blanca, de horizonte infinito,
miro morir inmensos ocasos dolorosos.
¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido
si más lejos que ella sólo fueron los muertos?
¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto
crecer entre sus brazos y los brazos queridos¡
Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto
vienen de tierras dónde no están los que son míos;
y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos,
sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos.
Y la interrogación que sube a mi garganta
al mirarlos pasar, me desciende, vencida:
hablan extrañas lenguas y no la conmovida
lengua que en tierras cae oro mi vieja madre canta.
Miro bajar la nieve como el polvo en la huesa;
miro crecer la niebla como el agonizante,
y por no enloquecer no cuento los instantes,
porque la "noche larga" ahora tan solo empieza.
Miro el llano extasiado y recojo su duelo,
que vine para ver los paisajes mortales.
La nieve es el semblante que asoma a mis cristales;
¡siempre será su altura bajando de los cielos!.
Siempre ella, silenciosa, como la gran mirada
de Dios sobre mí; siempre su azahar sobre mi casa;
siempre, como el destino que ni mengua ni pasa,
descenderá a cubrirme, terrible y extasiada.
GABRIELA MISTRAL