Música
Amanecía tu voz tan perezosa, tan blanda, como si el día anterior hubiera llovido sobre tu alma...
Era, primero, un temblor confuso del corazón, una duda de poner sobre los hielos del agua el pie desnudo de la palabra
Después, iba quedando la flor de la emoción, enredada a los hilos de la voz con esos garfios de escarcha que el sol desfleca en cintillos de agua.
Y se apagaba y se iba poniendo blanca, hasta dejar traslucir, como la luna del alba, la luz tenue de la madrugada.
Y se apagaba y se iba, ¡ay!, haciendo tan delgada.
Jaime Torres Bodet
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