El ser humano, es naturalmente creador, del mismo modo
que lo es en grado sumo la Vida de la cual él es una elevada expresión.
La creatividad, pues, no la hemos de ver exclusivamente
en aquellos grandes artistas cuyas obras admira la humanidad
a través de los siglos, ni tampoco en esos hombres geniales
en el terreno de los descubrimientos científicos,
de las realizaciones tecnológicas o de las innovaciones comerciales.
La capacidad creadora se manifiesta en toda acción
que el hombre ejecuta con la plenitud de todo su ser,
con la sinceridad, espontaneidad y
totalidad de un alma despierta y sencilla.
La creación se produce entonces de un modo tan natural
como la salida y la puesta del sol, de un modo espontáneo
como el movimiento de las ramas a impulsos del viento.
Las acciones todas de quien es capaz de actuar así y
todas sus palabras respiran una especial grandeza,
un frescor y una fuerza, exponentes del proceso de constante
renovación de energías vivas que se está produciendo
en cada instante en su interior.
¿Cuál es, si no, el secreto que encierra la sonrisa de un niño
o la ilusión de una adolescente enamorada?
¿No es, acaso, el hecho de que ambos viven más cerca
de la fuente viva de su ser y expresan de un modo directo,
espontáneo, natural, sin interferencias, desviaciones
ni bloqueos de clase alguna las fuerzas creadoras
que están impulsando su personalidad?
De la misma manera, toda persona que pueda vivir conscientemente
sintonizada, armonizada e integrada con las energías primordiales
que animan su personalidad, manifestará,
lo mismo en los actos más sencillos de su vida diaria
que en la solución de los problemas de toda clase que se presenten en su existir, la misma grandeza,
la misma fuerza avasalladora, la misma delicadeza
y la misma inteligencia creadora
de la propia Vida que le hace vivir.
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