La naturaleza, la misma esencia de todas las entidades que componen el universo, ha creado, administrado, distribuido y hasta regenerado todos los ecosistemas en la biosfera. Ella suscita la adaptación de las especies cuando éstas están sometidas a cambios ambientales naturales y hasta cuando sufre daños severos debido a cambios artificiales resultantes de la explotación humana.
En este proceso de desarrollo, el mundo ha sido testigo de una innumerable cantidad de pueblos, tribus, grupos étnicos, culturas e imperios.
Algunos de ellos estuvieron regidos por matriarcados, en las cuales grupos de mujeres en muchas comunidades asumían grandes responsabilidades, encargándose de ver por la supervivencia de su gente, buscando las formas de alimentarles, darles de beber, ayudarles a crecer y desarrollarse, que han atendido enfermedades y afrontado epidemias, mujeres, en fin, que han asumido la responsabilidad de orientar el desarrollo de los pueblos, cualquiera fuera el costo.
Hoy día se habla mucho de interacción entre “hombre y naturaleza”, evidentemente refiriéndose a la relación que existe entre el ser humano y el medio ambiente; pero es importante hacer distinción del papel fundamental que desempeña la mujer en el uso, manejo, aprovechamiento, la administración y, por supuesto, el cuidado de los recursos naturales.
Al igual que la naturaleza misma está a cargo de la administración, la distribución y la solución de problemas, las mujeres se enfrentan día a día con la necesidad de administrar, distribuir y resolver todo problema que se presenta en el hogar para asegurar el bienestar de su familia.
Es fácil visualizar una mujer con su niña, caminando bajo el sol, cargada de dos recipientes pesados, con una expresión preocupada en su rostro. La niña, cual mujer destinada al trabajo, ya comienza a replicar el trabajo de la madre. Al llegar a su morada tendrán que suministrar el precioso líquido para poder satisfacer las necesidades de todos los habitantes del hogar.
Cierro los ojos y pienso en una mujer trabajando en una cosecha, otra racionando alimentos que acaba de preparar, y otra atendiendo enfermos.
Abro los ojos, veo a mi país (no tengo necesidad de imaginar más allá, pues las realidades son muy semejantes en todo Continente, especialmente donde la pobreza, las epidemias y el hambre son parte de la vida cotidiana), y ahí están las mujeres viendo por la salud de su familia, preocupándose por proveer alimento suficiente y comprendiendo la dificultad de obtenerlo. Aquí es donde la educación debe comenzar a dar un verdadero valor a cada una de las cosas que usamos o consumimos.
La mujer como parte de la naturaleza concibe la vida, y debe estar consciente de que cada una de las cosas que hace a diario repercuten profundamente en el entorno natural, social, económico y cultural, pues: ¿quién si no ella maneja el agua, la energía, el alimento al nivel más básico?
Las mujeres deben ser las principales promotoras de la protección de nuestros recursos, puesto que día a día --ya sea en las grandes ciudades de los países industrializados o en las poblaciones más marginadas-- se enfrentan a los elevados costos de alimentos y medicamentos por causa de la escasez de recursos, la mala calidad del agua y las enfermedades que trae consigo la falta de saneamiento.
Ellas experimentan de primera mano la grave situación ambiental y sufren directamente sus consecuencias. Esta es precisamente la razón por la cual a menudo han inspirado un espíritu de liderazgo, activismo y acción para hallar una solución a estos problemas.
Es hora de reconocer el verdadero valor de la participación de la mujer en los asuntos de medio ambiente y en la implementación de un desarrollo sostenible.
Sin olvidar que esto es una responsabilidad que debe ser compartida y asumida de manera equivalente por hombres y mujeres
(Tomado de la Red)
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