Si yo te odiara, mi odio te daría en las palabras, rotundo y seguro; ero te amo y mi amor no se confía a este hablar de los hombres, tan oscuro.
Tú lo quisieras vuelto en alarido, y viene de tan hondo que ha deshecho su quemante raudal, desfallecido, antes de la garganta, antes del pecho.
Estoy lo mismo que estanque colmado y te parezco un surtidor inerte. ¡Todo por mi callar atribulado que es más atroz que el entrar en la muerte!
Gabriela Mistral
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