El primer helado apareció en China hace 4.000 años. Considerado una delicatessen, era muy diferente a lo que nosotros conocemos como tal: el primitivo helado era una pasta de arroz hervido, especias y leche envuelta en nieve para solidificarla. Poco a poco aparecieron los helados de frutas, zumo con nieve. Y paseando por las calles de Pekín en el siglo XIII encontraríamos el clásico ‘carrito del helado’.
Las rutas comerciales con Occidente trajeron este refrescante postre a Italia. Los maestros heladeros guardaban con exquisito celo sus recetas. No era para menos: el helado era un postre para ricos, pues por congeladores utilizaban un sótano repleto del hielo recogido durante el invierno. Servir helado durante una comida era símbolo de posición social.
Así, cuando Catalina de Médicis se casó en 1533 con el rey Enrique II de Francia, ordenó servir un helado de frutas distinto cada día durante todo el tiempo que duraran los esponsales. Y la celebración se prolongó durante un mes.
Eso sí que eran bodas…
En 1560 un español residente en Roma, Blasius Villafranca, descubrió que podía congelar más rápidamente la mezcla si añadía salitre al hielo y la nieve que rodeaba al helado.
Gracias a este hallazgo los pobres pudieron disfrutar de tan exclusivo postre. Y en 1920 el norteamericano Harry Burt lanzó al mercado el helado de vainilla recubierto de chocolate y con un palo de madera para sujetarlo.