Hasta la muerte
En el paisaje oscuro oigo tu voz, tu voz, tu larga voz de espesas caricias resbaladas, mojadas y olorosas.
La noche me suspende en un vuelo pausado e, inmóvil, pone en vilo lo que el hombre no entiende: tu voz, tu voz querida hundiéndome en lo ausente.
Uno cierra los ojos (¡me da miedo mirarte!); uno tiende las manos -aves heridas y leves-, y en sus raíces siente que tú eres y no eres.
Gabriel Celaya
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