Dos de la madrugada. En trémula zozobra; Los silencios, vivientes; la oscuridad sin borde; Cuando la fuerza falta y la tristeza sobra, En soledad infinita para estar más acorde.
De improviso resuena el son de un benteveo Con tono tan alegre que regocija el alma, Y es tal la donosura de su simple gorjeo Que sonrío, infantil, renacida la calma.
Y digo: Dios existe; es Él quien me conversa Como a niña medrosa perdida en la espesura, Para que no me queje sintiéndome en olvido.
La breve melodía, al viento se dispersa. Y me quedo pensando por tierna conjetura: ¿En qué rincón de cielo habrá colgado un nido?
Marilina Rébora
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