Era una noche del mes de mayo, azul y serena. Sobre el agudo ciprés brillaba la luna llena, iluminando la fuente en donde el agua surtía sollozando intermitente. Sólo la fuente se oía. Después, se escuchó el acento de un oculto ruiseñor. Quebró una racha de viento la curva del surtidor. Y una dulce melodía vagó por todo el jardín: entre los mirtos tañía un músico su violín. Era un acorde lamento de juventud y de amor para la luna y el viento, el agua y el ruiseñor. «El jardín tiene una fuente y la fuente una quimera…» Cantaba una voz doliente, alma de la primavera. Calló la voz y el violín apagó su melodía. Quedó la melancolía vagando por el jardín. Sólo la fuente se oía.
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