A veces nuestros corazones pierden el camino de la paz y la alegría.
Es fácil verlos por ahí, cabizbajos, llenos de problemas, perdiendo la fe,
perdiendo la esperanza.
A veces nuestros corazones parecen haberse olvidado de Dios.
Por eso, cada año, la Navidad regresa a recordarnos el júbilo de ese Dios Niño
que vino a dar su vida por nosotros, a recordarnos la humildad de un Jesús
que quiso ser hijo de un carpintero y aprender de la vida de los pobres.
Por eso lo llenamos todo de luces que parecen pequeñas estrellas: así
recordamos a nuestros corazones que ellos no pertenecen a la tierra,
sino al Cielo, y que su lugar está allá arriba.
A.D