Cervantes llamó a la envidia
"carcoma de todas las virtudes
y raíz de infinitos males."
La envidia no es la admiración que sentimos
hacia algunas personas,
ni la codicia por los bienes ajenos,
ni el desear tener las dotes o cualidades de otro.
Es otra cosa.
La envidia es entristecerse por el bien ajeno.
Es quizá uno de los vicios más estériles
y que más cuesta comprender y,
al tiempo, también probablemente de los más extendidos,
aunque nadie presuma de ello
(de otros vicios sí que
presumen muchos).
La envidia va destruyendo
—como una carcoma— al envidioso.
No le deja ser feliz, no le deja disfrutar de casi nada,
pensando en ese otro que quizá disfrute más.
Y el pobre envidioso sufre mientras se ahoga
en el entristecimiento más inútil
y el más amargo: el provocado por la felicidad ajena.
El envidioso procura aquietar su dolor
disminuyendo en su interior
los éxitos de los demás.
Cuando ve que otros son más alabados,
piensa que la gloria que se tributa a los demás
se la están robando a él,
e intenta compensarlo despreciando sus cualidades,
desprestigiando a quienes sabe
que triunfan y sobresalen.
A veces por eso los pesimistas son propensos a la envidia.
Wilde decía que "cualquiera es capaz de compadecer
los sufrimientos de un amigo,
pero que hace falta un alma verdaderamente noble
para alegrarse con los éxitos de un amigo".