Luisa era una hermosa mexicana de origen indígena. Muchos hombres suspiraban por acariciar su aterciopelada piel blanca, enredar sus cabellos rizados y oscuros como la noche y besar sus labios de fresa, pero ella rechazaba a todos los pretendientes. No obstante, un caballero español de la alta sociedad, Don Nuño de Montes-Claros, consiguió conquistar su corazón.Él le explicó que, debido a la diferencia de clases, no era posible formalizar su relación, por eso escaparon juntos y se instalaron en una casita en un lugar apartado. Durante seis años Luisa vivió allí y Don Nuño la visitaba regularmente. Tuvieron tres hijos con los cabellos rubios y rizados. Transcurrido ese tiempo, las visitas del caballero empezaron a escasear y Luisa cayó en una depresión.
Una noche, decidió seguir el carruaje de Don Nuño. El vehículo se detuvo ante una lujosa mansión donde se celebraba una gran fiesta. Luisa preguntó al lacayo que estaba en la puerta y este le dijo: «Se está festejando la boda de Don Nuño». Luego, a través de una ventana, ella misma contempló a la feliz pareja mientras se besaban.
Enloquecida, corrió de vuelta a su casita y apuñaló a sus tres hijos. Después se dirigió al río con un manto ensangrentado y, al reparar en lo que había hecho, gritó: «¡Ay, mis hijos!». Se arrojó a las aguas y se convirtió en un mito.
Desde entonces, muchos aseguran haber visto a La Llorona deambulando por los parques y las calles de Ciudad de México. El espectro se lamenta eternamente por la muerte de sus hijos emitiendo un grito escalofriante: «¡Ay, mis hijos!».