ENFERMEDAD DE CELOS
por José Luis Ysern de Arce
El enfermo de celos es especialista en montar escenas como no hay otro. Con sus actuaciones se perjudica a sí mismo, y hace sufrir terriblemente a la otra persona, víctima de sus celos. Veamos por ejemplo algunas de esas escenas protagonizadas por el paciente de celotipia, y que no son tan infrecuentes.
Escena 1.
Catalina es una mujer joven que narra su problema de celos: todas las noches yo esperaba a que él se acostara, y cuando no se daba cuenta yo registraba uno por uno todos los bolsillos de su ropa, registraba su billetera, portadocumentos, hasta los paquetes que traía con alguna compra. Si yo encontraba un nuevo bolígrafo, una pluma estilográfica para mí desconocida, una tarjeta de visita con el nombre de una mujer, un nombre raro escrito en su agenda, en fin, cualquier cosa, yo montaba en cólera y no podía evitar la escena de celos. A veces me reprimía y no lo exteriorizaba para no despertarle o no mostrarme en forma llamativa, pero por dentro yo ardía. Cualquier cosa que yo encontraba en esos registros servía para convencerme de que mi marido me había engañado y traicionado con otra mujer. No lo podía evitar. Si a la mañana siguiente él, antes de salir de casa se portaba muy amable y cariñoso conmigo, yo estaba convencida de que el muy traidor lo hacía para engañarme y disimular, y de que ya partía a encontrarse con la otra.
Escena 2.
Elena, sin embargo, es víctima de un marido celoso: Continuamente me pide que le jure que le amo, y me exige que le cuente con lujo de detalles, una y otra vez, qué es lo que pasó en alguna de mis relaciones juveniles, antes de que él apareciera en mi historia. Y por más que le juro que no hay nadie más que él; que una vez que él entró en mi vida nunca más he mirado para otro lado, eso no sirve para nada. Cualquier cosa le hace suponer que me he encontrado con alguno de mis antiguos pololos o amigos de juventud. Por culpa de él ya no tengo amigos, y he terminado hasta con mis amigas más queridas de colegio y universidad. Si vamos juntos por la calle, y me saluda muy amable alguno de mis colegas de trabajo, eso arruina nuestro día: ya no se le va de la mente que ese saludo obedece a no sé qué macabro plan entre nosotros, y que somos cómplices de la peor de las traiciones contra él. La vida se me ha hecho insoportable, y estoy dispuesta a separarme si es que en un plazo prudencial esto no tiene remedio.
Personalidad del celoso.
La celopatía, enfermedad de celos, tiene su origen en la misma personalidad del celoso; algo hay en esa personalidad que no funciona bien. La celotipia, pasión de celos, es una pesadilla malsana para el que la sufre (víctima), y para el que la vive (protagonista).
En toda enfermedad de celos se produce una especie de paranoia (Alain Krotenberg, 2001). El paranoico es una persona que por definición jamás se equivoca (según él), pues su percepción distorsionada de las cosas se las hace percibir así, deformadas, y nada ni nadie podrá convencerle de lo contrario. Esa percepción consiste en una fijación de determinadas ideas o de un orden de ideas, que quedan como ancladas en lo profundo de su personalidad, y nada las remueve de ahí. Todo lo que el sujeto perciba pasará por el filtro de esa curiosa fijación cognitiva, y quedará coloreado de sus distorsiones peculiares. Si él/ella está persuadido de que su pareja le quiere engañar, no habrá modo de convencerle de lo contrario: todo lo que suceda lo interpretará de forma que se convenza más y más de que está en lo cierto, y de que su sospecha de infidelidad se confirma a cada momento. Para el celopático todo sirve de prueba que pone en evidencia el engaño de que es víctima.
Parece que sólo hay un modo de que el celoso deje de serlo: cuando su sufrimiento ya es demasiado grande y no lo puede soportar. Es entonces cuando posiblemente acudirá en busca de ayuda. Porque las personas enfermas de celos necesitan ayuda. Es muy difícil que una pareja, donde una de las partes se siente acosada por los ataques de celos, pueda salir por sí misma de esa situación. La vida entre esas personas se hace a tal punto insoportable que o bien terminarán la relación, o bien han de someterse a terapia para poder hacer frente al problema. Si la víctima de los celos cede a las exigencias del celoso, la situación empeora, pues las obsesiones de este son inagotables, se suceden una tras otra, y cada vez será más intransigente en sus exigencias. Así, si la víctima ha cedido, y deja de salir a tal lugar, o ya no llama a nadie por teléfono o no recibe llamadas, o deja de vestir tal ropa, esto, lejos de tranquilizar al celoso, le hace más paranoico todavía: ahora tendrá celos hasta de lo que el otro está pensando. Ceder a las exigencias del celoso es caer en una espiral que no termina nunca.
¿Qué se esconde detrás de esta mentalidad del celoso, detrás de sus pensamientos obsesivos? Dependencia afectiva y falta de autonomía. En el fondo de sí mismo, el celoso esconde una personalidad débil, dependiente, insegura, carente de autonomía. Es un pequeño niño que no soporta la idea del abandono, la idea de que le dejen solo. Y su autoestima es tan baja que siente (quizá en forma inconsciente) que cualquier otra persona le puede arrebatar su tesoro, pues cualquier rival vale más que él/ella. Todas las personas que aparezcan en su entorno, y que reúnan ciertas características (edad, valía personal, etc.), se le antojarán al celoso como candidatos a la rivalidad por el mismo trofeo. Piensa que los demás son ladrones en potencia que vienen a él con las pérfidas intenciones de robarle su amor. Esa misma inseguridad hace que el celoso se agarre al objeto de su amor con dientes y muelas, como un niño en edad de transición se agarra a su osito peluche y no lo suelta ni para dormir.
Por eso el celoso es una persona muy posesiva, que quiere disponer de su pareja como si fuera objeto – cosa de su propiedad privada; no quiere que se le escape, lo tiene siempre a la vista, y lo vigila como si se tratara de una mascota enjaulada. Hay ahí una dependencia afectiva muy profunda: el celoso no se imagina solo; necesita del otro para vivir, y de tal manera esta necesidad se le hace aguda que la idea del abandono o de verse en soledad llega a convertirse para él en una pesadilla obsesiva que no le deja vivir. ¿Y por qué teme que pueda alguien arrebatarle su amor? Por su propia inseguridad, porque se valora poco, porque es bajo su nivel de autoestima. Una persona que creyera en sí misma y en su propio valer no tendría estos problemas; pero el celoso teme que pueda aparecer cualquier rival porque se considera a sí mismo como alguien que no está a la altura de las circunstancias, a la altura de lo que la persona amada merece, y por eso teme que pueda aparecer otro con más méritos y se posesione de su propiedad privada.
Por eso la terapia para el celoso consiste en ayudarle a que recupere su dignidad, que eleve su autoestima, y confíe en sí mismo y en la persona amada. Su mismo sufrimiento le ha servido para aprender algo muy importante: que de nada sirve mantener una relación a presión, de manera tan forzada y violenta (los celos son siempre un modo de violencia), y que el amor es hijo de la libertad. Nadie puede amar por exigencia de presiones, ni por decreto. La terapia del celoso consiste en ayudarle a que viva la experiencia de que no se puede tener confianza en el otro si primero no existe la confianza en sí mismo.
Hombres – mujeres. ¿Quién es más celoso?
Los estudios que se han realizado en este terreno prueban que el de los celos es un sentimiento que existe por igual tanto en hombres como en mujeres. Si hay algún cambio, este se produciría más en la forma de manifestarse en uno y otro sexo, que en la frecuencia e intensidad misma de los celos. Efectivamente, por lo que hasta ahora sabemos, se puede afirmar que la forma de reaccionar en el caso de celos, es en general distinta en hombres y en mujeres. En forma que puede parecer un poco simplista, podríamos afirmar que al ser atacados por los celos, los hombres se enfadan (actitudes agresivas), las mujeres se deprimen (Malach 2002). En las mujeres, los celos se suelen manifestar mediante un comportamiento histérico y depresivo (amenazas de suicidio), mientras que los hombres reaccionan a través de síntomas paranoicos y obsesivos, lo cual hace que en ellos sea más difícil la cura que en las mujeres.
José Luis Ysern de Arce