Ayúdame, hijo mío
Protégeme hasta el fin de mi existencia pues pronto habré de hallarme desvalido. No olvides cuanto siempre te he querido y cuida mis desgarros con paciencia.
Cercana al fin mi triste decadencia mi cuerpo se marchita consumido, temiéndole a un final, despavorido, carente de tu amor y tu presencia.
Mi vida se ha quemado de quererte envuelta por las llamas de este fuego que abrasa mis entrañas solo al verte.
Ayúdame, hijo mío, te lo ruego, que tiemblo de pensar sólo en perderte y vivo ya carente de sosiego.
© Antonio Pardal Rivas
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