Mi fortaleza y mi cántico es el Señor, y él me ha sido por salvación.
Salmos 118:14
En cierta oportunidad, una joven escribió compartiendo su gran desdicha. Había estado de novia con un muchacho a quien quería mucho. El noviazgo duró varios años, cuando ya tenía todo listo y faltaban semanas para la boda, se disolvió todo dejando a la joven prisionera de una gran desilusión.
Es realmente muy frustrante ilusionarse con algo, esperar que se concrete, pensar en cada detalle con esmero y entusiasmo, gozar por anticipado el momento y luego ser defraudado porque lo que tanto hemos soñado no puede concretarse. Cuando la desilusión nos alcanza, es muy probable que nos invada la depresión que, indudablemente, es mucho más difícil de superar.
Pero debemos comprender que la vida está hecha de esas cosas y estar preparados para enfrentar la adversidad, los contratiempos y las desilusiones. Lo importante es no abandonarse, no dejarse abatir el espíritu sino fortalecerse interiormente para superar el trance y, aún más, encontrar algo bueno en la experiencia que nos toca vivir.
Todo esto puede lograrse con la ayuda del Espíritu Santo. El Consolador que nos da esa fuerza intrínseca, esa voluntad férrea de sobreponernos a las dificultades, esa determinación de levantar la cabeza sabiendo que todavía hay esperanza y que todas las cosas obran para bien en la vida de los que aman al Señor. Dios te bendiga,
Graciela