Hace más de dos mil años, Jesús nació en Belén. A medida que crecía en sabiduría y estatura, comenzó a enseñar para que los demás pudieran seguir Su ejemplo. Hoy honro a Jesús al aceptar Su mandato de amar a los demás y de amarme a mí mismo incondicionalmente.
Al apartar todo pensamiento de errores pasados, permito que la naturaleza crística amorosa nazca de nuevo en mí. Centro mis pensamientos en el reino de los cielos, una conciencia de salud y santidad. Fui creado a imagen y semejanza de Dios, y acepto la verdad de quien soy. Vivo en la presencia divina de amor incondicional, y el amor eterno de Cristo vive en mí.
Por esta causa doblo mis rodillas … que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, … arraigados y cimentados en amor.—Efesios 3:14, 17