"¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?" —Génesis 39:9
Dos hermanos, ambos lejos de casa, enfrentaron tentaciones similares. Uno de ellos, que trabajaba lejos de la familia, cayó ante los ardides de una mujer más joven. Su pecado le llevó a la vergüenza y al caos familiar. El otro, separado de sus seres amados debido al caos familiar, resistió los ataques de una mujer mayor. Su fidelidad llevó al rescate y la renovación de la familia.
¿Quiénes son estos hermanos? Judá, quien cayó ante los ardides desesperados de su nuera Tamar, a la que había dejado en el abandono (Génesis 38). Y José, quien huyó de los brazos de la esposa de Potifar (Génesis 39). En un capítulo, se cuenta una fea historia de irresponsabilidad y engaño; y en el otro, una bella historia de fidelidad.
Las historias de Judá y José, las cuales se presentan de manera consecutiva en medio de «la historia de la familia de Jacob» (37:2), nos muestran que la tentación en sí no es el problema. Todos enfrentamos la tentación, incluso Jesús la enfrentó (Mateo 4:1-11). Pero, ¿cómo la enfrentamos nosotros? ¿Demostramos que la fe en Dios puede ser el escudo que nos protege de ceder al pecado?
José nos dio una vía de escape: Reconocer el pecado como una afrenta contra Dios y huir de él. Jesús nos dio otra: Responder a la tentación con la verdad de la Palabra de Dios.
¿Estás enfrentando alguna tentación? Considéralo como una oportunidad para hacer que Dios y Su Palabra sean una realidad en tu vida. Luego, ¡huye!
Graciela