Recuerdo un momento en el que volví a casa, luego de haber pasado todo el día en la oficina. Había estado trabajando en los asuntos del ministerio, pero a medida que regresaba hacia mi hogar se instaló en mi interior un sentimiento de ira hacia mi esposo. Mientras crecía la ira esta se convertía en odio. Cuando llegué a mi casa mi esposo abrió la puerta y me di cuenta de que el abrigaba el mismo sentimiento hacia mí. Intentamos entablar algún diálogo pero el asunto se tornaba cada vez peor y no le encontrábamos una solución.
Repentinamente, en medio de ese ambiente hostil, mi esposo me tomó la mano y me exhortó: «vamos a orar». Me dio cierta vergüenza, ¡porque yo era quien estaba sirviendo en la casa de Mi Señor! De todos modos, el comenzó a orar: «Espíritus inmundos de divorcio que han venido a meterse en nuestro hogar, los echamos fuera de nuestro matrimonio». En dos minutos el ambiente de hostilidad se había disipado por completo.
Este pleito no era el resultado del mal carácter, aunque este siempre aporta lo suyo. Esto no era, tampoco, una manifestación de carnalidad. Esto era una invasión demoníaca que quería instalar en nuestro medio la gritería y la maledicencia que lleva a que se resquebraje la relación del matrimonio. Es bueno arrepentirse. Es importante caminar en santidad. Pero aun así, debemos caminar en la autoridad que Dios nos ha dado. Habrá momentos en que será necesario primeramente, aún antes de tratar con nuestro mal carácter, ejercer autoridad sobre los espíritus inmundos que vienen contra la familia.
Cuando leemos el relato de Zacarías 3 descubrimos que lo primero que hizo el profeta no fue cambiarle las vestiduras sucias al sumo sacerdote, sino que le dijo a Satanás: «Jehová te reprenda».
En ocasiones este será el primer paso obligado para volver a instalar el evangelio en el hogar, para limpiar los aires de toda inmundicia. Dios les bendiga.
Graciela