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General: EL EVANGELIO DE HOY LUNES 27 DE JUNIO DE 2011...EL SEÑOR ESTE CON UDS.
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Da: hermes sarmiento  (Messaggio originale) Inviato: 27/06/2011 12:49
 

El Evangelio de Hoy LUNES 27 DE JUNIO DE 2011

"Los hombres tienen con frecuencia bastante religión para sentirse enemigos de los que tienen otra; y muy pocas veces tienen la religión necesaria para amarse los unos a los otros". 

Lunes. XIII semana del tiempo ordinario.

¡Bienvenidos. Hermanos y hermanas en Cristo Jesús!

“El Señor este con Uds.”.Nos hemos reunido para leer la Palabra y alimentarnos de Cristo Resucitado que fortalece nuestra vida y nos compromete a vivir y a llevar una vida Espiritual llena de amor y paz.

Con alegría leamos la palabra.

“Habla Señor, qué tu siervo escucha”.

Señor, creo en las Sagradas Escrituras que voy a leer,se que contiene Tu Santa Palabra.Haz que la escuche con todo respeto y amor.Ilumina mi mente para que por medio de ella yo conozca Tu Santa voluntad, y mueve mi corazón para que yo cumpla  con fidelidad lo que Tú quieres de mí.Espíritu Santo, ilumina con Tu luz mi cabeza y enciende mi corazón para que la palabra de Dios pueda entrar y quedarse siempre en mí, para conocer por medio de Tu Palabra, Tu Divina voluntad, lo que puedo y debo lo, que debo y puedo modificar,y que no depende de mi cambiar, como debo conducirme en los acontecimientos de la vida.Señor, aquí tienes mi corazón abierto, dispuesto a Escuchar Tu Palabra con corazón sencillo y con la voluntad decidida para obedecerle...En TI esta la Luz y la salvación.Amen, y Amen

Primera lectura

Génesis 18,16-33.

Cuando los hombres se levantaron de junto a la encina de Mambré, miraron hacia Sodoma; Abrahán los acompañaba para despedirlos. El Señor pensó: "¿Puedo ocultarle a Abrahán lo que pienso hacer? Abrahán se convertirá en un pueblo grande y numeroso, con su nombre se bendecirán todos los pueblos de la tierra; lo he escogido para que instruya a sus hijos, su casa y sucesores, a mantenerse en el camino del Señor, haciendo justicia y derecho; y así cumplirá el Señor a Abrahán lo que le ha prometido." El Señor dijo: "La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré."
Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán. Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: "¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?" El Señor contestó: "Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos." Abrahán respondió: "Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?" Respondió el Señor: "No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco." Abrahán insistió: "Quizá no se encuentren más que cuarenta." Le respondió: "En atención a los cuarenta, no lo haré." Abrahán siguió: "Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?" Él respondió: "No lo haré, si encuentro allí treinta." Insistió Abrahán: "Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?" Respondió el Señor: "En atención a los veinte, no la destruiré." Abrahán continuó: "Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?" Contestó el Señor: "En atención a los diez, no la destruiré." Cuando terminó de hablar con Abrahán, el Señor se fue; y Abrahán volvió a su puesto. 
Palabra de Dios.

Meditación

*¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable?*

Dijo el Señor a Abraham: «¡Su pecado es gravísimo!»
Señor, consideras realmente a Abraham como «Tu amigo». Le confías lo que se da en lo más íntimo de tu corazón. Eres un Dios Santo y no puedes pactar con el mal. No puedes admitir la maldad, la injusticia, la corrupción. Te desagrada el hombre perverso que quiere hacer el mal. Estás decidido a destruir el mal que va extendiéndose en la ciudad corrompida de Sodoma. Y confías tu propósito a Abraham.
Señor, ¿soy suficientemente amigo tuyo para que compartas, también conmigo, tu preocupación divina de «combatir el mal», de «hacer progresar el bien», en el mundo, en la ciudad donde habito, en la profesión en que trabajo? «¡Su pecado es gravísimo!»
¿No perdonarás por los cincuenta justos que hubiere en la ciudad?
Abraham intercede a favor de toda la ciudad. Ruega a Dios por esta urbe, donde «hay tanto mal», en medio de tan «poco bien».
Miles de hombres malvados... y ¿quizá cincuenta hombres justos?
La fe me pone «en diálogo contigo» y me introduce en el misterio de la «salvación» de la humanidad. La fe me hace ver el mundo «desde un cierto ángulo»: lo veo como un mundo que hay «que salvar». Una humanidad a la que hay que ayudar a salir del mal. La fe me hace participar de tu manera de ver, Señor. Descubro los caminos de Dios.
Creyendo en Ti, Señor, adopto tu punto de vista: en el fondo y a pesar de las apariencias ¡quieres salvar a todos los hombres! Y los que son tus amigos, como Abraham, comparten tu preocupación.
¿Qué haré, hoy, para ser un salvador? ¿A quién puedo ayudar?
«¿Me atreveré a interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza?»-
Abraham se siente a sí mismo pecador. Ante el Dios Santísimo, está al lado de la humanidad pecadora y pobre amasada de frágil barro. Quizá por esto, emprende la defensa de sus hermanos: se siente solidario porque hay también mal en él.
Señor, ayúdame a no juzgar, incluso cuando «combato el mal»... pensando que yo mismo participo también de ese pecado. Necesito ser «salvado» yo primero. Mi deseo de salvar a los demás no es una superioridad orgullosa: porque yo mismo he sido beneficiado, quisiera hacer llegar a otros el mismo beneficio: tu perdón.
Que mi fe, Señor, me ayude a profundizar en mi solidaridad con el mundo pecador, que diga yo de veras «perdónanos nuestras ofensas» -insistiendo sobre el «-nos»... contándome estar entre los pecadores-.
¿Quizá se encuentren allí diez. - En gracia de esos diez no destruiré la ciudad.
A ese final tiende todo el relato. Ahí se revela la intención profunda de Dios: en realidad
Tú no deseas castigar sino salvar... Esto es ya el evangelio: por «un solo Justo», Jesús, ha llegado la salvación a todos los pecadores. ¡Qué misterio de bondad, Señor! Algunos justos son suficientes para salvar a toda la comunidad.
Concédeme la gracia, Señor, de ser de «los que contribuyen a salvar»... y no de los que contribuyen a merecer la desgracia...
Te doy gracias, Señor Jesucristo, a Ti que has dado tu vida por nosotros.
¡Concédenos la gracia de no condenar al mundo, sino de interceder por él, como tu amigo Abraham!
Hoy, en mi familia, en mi oficio o profesión, en los grupos que frecuentaré, quiero «atraer el perdón» para todos.
Ante la decisión de Dios de destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra escuchamos la entrañable oración de Abrahán intercediendo por estas poblaciones, donde vivía su sobrino Lot, y que han pasado a la historia como símbolo del mal y la corrupción, en este caso, de aberraciones sexuales.
Dios trata a Abrahán como a un amigo: le comunica sus propósitos. Y Abrahán, acordándose de la promesa de que en él y su descendencia todos los pueblos hallarán la bendición de Dios, asume su papel y pide a Dios que, en atención a los justos que pueda haber en esas ciudades, les ahorre el castigo preparado. Se siente responsable también de los pueblos que no son estrictamente el suyo.
El diálogo es un regateo delicioso. Abrahán está convencido de la justicia de Dios y, a la vez, de su misericordia. Pero no se atreve a bajar del número de diez justos. Y, como no se encuentran tantos en Sodoma, cae el juicio de Dios sobre esta ciudad, como leeremos mañana.
El salmo subraya la actitud comprensiva de Dios, que va aceptando todas las rebajas que le pide Abrahán, porque lo que Dios quiere es la salvación y no la condenación de los hombres: «el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo». Rezamos de nuevo este salmo, que tan hermosamente canta el amor misericordioso de Dios.
En el Nuevo Testamento sí se llegó al extremo de la misericordia de Dios: un solo justo, Jesús, se entregó por todos, para salvar a la humanidad entera.
Abrahán ya había dado muestras de magnanimidad para con su sobrino Lot dejándole elegir a él primero los pastos para sus rebaños. Ahora pide a Dios su salvación. Es una figura magnífica la suya, intercediendo por los demás. Como la de Moisés defendiendo a su pueblo y orando por él ante Dios, con los brazos alzados al cielo.
Pero Cristo Jesús en la cruz es un ejemplo todavía más admirable: él no ofrece sólo su oración, sino su vida misma, para salvar a la humanidad.
¿Sabemos interceder ante Dios por los demás, por esta humanidad en la que vivimos, por los jóvenes que, tal vez, criticamos, por la comunidad eclesial, por los pecadores y los alejados? En este mundo hay mucha corrupción, pero también hay muchas personas buenas, entre los mayores y entre los jóvenes. ¿Tenemos corazón solidario, o sólo nos acordamos de rezar por nosotros mismos? ¿sabemos apreciar también lo bueno que existe, o sólo nos dedicamos a juzgar y condenar? Abrahán es un buen modelo de corazón comprensivo y nos invita a hacer todo lo posible, por nuestra parte, para evangelizar y acompañar a las personas en la búsqueda de sentido para su vida.
En la Eucaristía, además de interceder por todo el mundo en la «oración universal», celebramos el memorial de la entrega de Cristo en la cruz. O sea, ponemos en la presencia de Dios Padre lo mejor que la humanidad ha sabido nunca ofrecerle, el sacrificio pascual de Jesús: «dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia y reconoce en ella la victima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad». Nuestra oración es eficaz a los ojos de Dios porque está apoyada en la de Jesús. 

Salmo: 102

*El Señor es compasivo y misericordioso.*

Bendice, alma mía, al Señor,  y todo mi ser a su santo nombre.  Bendice, alma mía, al Señor,  y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas  y cura todas tus enfermedades;  él rescata tu vida de la fosa  y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso,  lento a la ira y rico en clemencia;  no está siempre acusando  ni guarda rencor perpetuo.
No nos trata como merecen nuestros pecados  ni nos paga según nuestras culpas.  Como se levanta el cielo sobre la tierra,  se levanta su bondad sobre sus fieles.

El Evangelio De Hoy

Mateo 8, 18-22

En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de atravesar a la otra orilla. Se le acercó un escriba y le dijo: "Maestro, te seguiré adonde vayas." Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza." Otro, que era discípulo, le dijo: "Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre." Jesús le replicó: "Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos."
Palabra del Señor.

Reflexión

*Sígueme*

La urgencia del Reino es tal que ya no queda tiempo, ni para despedir a los familiares. 
La narración ofrece tres posturas y tres puntos de vista de Jesús, frente a aquéllos que querían seguirle, poniéndole condiciones. Jesús exige una unión incondicional con él y una superación de todo lo natural. La tierra no es el espacio de Jesús. Él camina hacia la muerte y aquellos que quieran seguirle se apuntan al mismo destino. Jesús, encarnación del Amor, no tiene lugar en una tierra de odio, no tiene casa, ni ciudad, ni pueblo; ni siquiera tiene lo que poseen los animales. Él es la entrega total, el que camina a Jerusalén, el Hijo del hombre, cuya patria no es la tierra. (2 r 2. 1ss.).
Enterrar a los familiares muertos era una grave obligación del cuarto mandamiento para los contemporáneos de Jesús. A pesar de todo seguir a Jesús y el servicio al Reino está sobre todo, aun sobre los preceptos de la antigua Alianza. La cercanía del Reino exige la superación de todos los deberes, aun los más sagrados. (Lc 14. 25).
La urgencia del Reino es tal que ya no queda tiempo, ni para despedir a los familiares.
Para seguir a Jesús no se puede apartar la mirada de la meta y la meta es Jerusalén. No valen para el Reino los que dan importancia a lo que dejan. Solamente valen aquéllos que llenan su alma con su destino de servicio y de entrega. El seguir a Jesús exige el "en seguida" y el "totalmente". (Mt 4. 20; Ga 1. 16; 1 Co 9. 24ss.).
La existencia de Jesús se tipifica en forma de camino (9. 51).
Consiguientemente, la de sus discípulos tendrá que aparecer como seguimiento.
Sabemos por la perícopa anterior (9. 51-55) que seguir a Jesús no ofrece ningún tipo de ventaja o poder sobre los otros. Las tres pequeñas unidades que forman nuestro texto reasumen ese tema y muestran el riesgo y el valor del seguimiento de Jesús.
Frente al hombre confiado que supone que seguirle es como andar hacia una fiesta, Jesús puntualiza: "El Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (9. 57-58). Cada uno de los elementos de este mundo ha recibido un puesto dentro del conjunto. Tiene su lugar la roca, madriguera el zorro, nido los pájaros del campo...
Un general que se aventura en la batalla ofrece siempre recompensa a los soldados. El maestro garantiza un éxito al que viene a recibir sus clases. Sólo Jesús, que tiene el atrevimiento de llamar a todos, no ha ofrecido a nadie recompensa de este mundo. No promete hogar sobre la tierra, su camino desemboca en el Calvario.
Recordemos que la palabra con que se alude a Jesús es "Hijo del Hombre".
Precisamente allí donde ha desaparecido todo poder y toda fuerza es donde viene a revelarse el poder definitivo de Dios sobre la tierra (simbolizado en el Hijo del Hombre).
Las dos unidades siguientes (9. 59-60 y 61-62) ofrecen una misma estructura literaria y transmiten un mensaje semejante. El discípulo supone que es posible conciliar el seguimiento de Jesús con las obligaciones antiguas de este mundo: cuidarse del padre, estar a bien con la familia. La respuesta es tajante: el seguimiento presupone un sí absoluto, total, sin condiciones. La verdad del Reino y la verdad del mundo pertenecen a dos campos totalmente distintos y no pueden conciliarse en forma de elementos de una misma verdad universal más amplia.
Recordemos que en cada uno de estos casos el seguimiento alude simplemente a la vocación cristiana. Jesús ha convocado y convoca a todos los hombres, invitándoles a recibir el don del Reino y asumir su destino de fidelidad y sufrimiento. A quien se atreva a acompañarlo le ha ofrecido lo que tiene: el camino de la cruz, la propia soledad, el sufrimiento.
En esta perspectiva, el "deja que los muertos entierren a sus muertos" nos transmite una verdad consoladora. El Reino es más que la familia; el amor de Dios desborda todos los estratos del amor de unos hermanos o unos padres. Por eso, ante la exigencia de Jesús es necesario superar todos los planos de la vida del hombre sobre el mundo. Sólo cuando se haya descubierto este misterio, cuando el amor (y el sufrimiento) del Reino aparezca en su hondura transformante y salvadora se comprenderá el valor del padre y de la madre; no se les ofrecerá simplemente el cariño biológico o cerrado de una familia de este mundo, sino todo aquel misterio del amor fecundo y desprendido que Jesús quiso transmitirnos.
Algo semejante puede afirmarse del que toma el arado... y mira hacia atrás para despedirse de la familia. Tomar el arado presupone decidirse de una forma total, definitiva.
El Reino de Jesús no es una mezcla entre el sí y el no; por eso lo recibe el que se arriesga. Pues bien, desde ese riesgo del evangelio se debe reconquistar la auténtica familia, para amarla con todo el amor (y el sacrificio) que el camino de Jesús nos ha ofrecido. 

Señor concedanos,la gracia de saber pasar haciendo el bien a todos, como lo hizo Cristo; pues participamos de su misma Vida, y su Espíritu habita en nosotros como en un templo y nos conduce para que, juntos, lleguemos a la posesión de los bienes definitivos.Haz, Señor, que nuestros corazones queden, ante la grandeza de tu presencia,tocados por tu gracia, iluminados por tu luz,fortalecidos por tu pan, ilusionados con tu Palabra,y dispuestos a abrirse ante aquellos hermanos y situaciones que nos reclaman.Hace un momento, Señor, nos has recordado:“esto es mi cuerpo” “ésta es mi sangre”haz, que nunca olvidemos, que también nosotros,estamos llamados a ser tu cuerpo y también tu sangre,en esta realidad que nos toca vivir.Quédate con nosotros, Señor. Señor Jesús,  yo confieso que he pecado contra Ti, Por favor perdóname por haber andado en mi propio egoísmo y limpiadme.  Yo te recibo como mi Señor y Salvador. Yo creo que Tú eres el Hijo de Dios, quién vino a la tierra, murió en la cruz, derramo su Sangre por mis pecados, y se levanto de los muertos. Dame tu fuerza, Señor. Ayúdame a vivir mi vida de forma que te agrade.  Gracias por abrir el camino para yo poder orar a Dios el Padre, en tu nombre. Yo me regocijo en tu promesa, de que viviré contigo toda la eternidad en el cielo.Señor bendice nuestra casita y a todos sus integrantes de este bello grupo familiar y de amistad, que en sus corazones brille la paz, también en cada uno de sus familias, que todos gocen de buena salud, al igual que sus familiares. Que no exista los celos y la envidia, porque todo esta hecho con dedicación amor y trabajo. Te lo pedimos Padre Amado en el nombre de Tu Hijo Jesucristo. Alabado seas Señor, Bendito sea tu Santo Nombre Señor.Amén y Amen

GRACIAS SEÑOR POR ESCUCHARNOS

* Te agradecería compartieras con tus amistades este mensaje.
Con el mayor de mis respetos. Saludos. Dios los Bendiga. *

GRACIAS POR TU AMISTAD, FELIZ DIA.

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Así, responderé oportunamente.

Gracias

Hermes281955@hotmail.com

Hermes Sarmiento G

De Colombia

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 Las imágenes que  utilizo en este mensaje, son a modo de ilustración, y no para adoración.



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