Los vi apelotonados junto a mi puerta. Eran dos niños con abrigos gastados y raídos.
- ¿Tiene diarios viejos, señora?
Yo estaba muy ocupada. Iba a decirles que no, pero les miré los pies. Calzaban sandalias muy livianas, empapadas por el agua.
- Pasen, les voy a preparar una taza de chocolate caliente.
No hubo ninguna conversación. Las sandalias mojadas dejaron marcas en el piso de mi hogar. Les serví chocolate y tostadas con mermelada, para que pudieran resistir el frío exterior. Luego volví al interior de mi casa para seguir haciendo los oficios domésticos. De pronto me llamó la atención el silencio que reinaba en la cocina. Asomé la cabeza. La niña tenía la taza vacía en las manos y la estaba observando. El niño me preguntó, con voz inexpresiva:
- ¿Usted es rica, señora?
- ¿Que si soy rica? ¡ No, Dios mío! exclamé, echando un vistazo a mis muebles viejos y desgastados por el uso.
La niña dejó la taza en el platito, con mucho cuidado y dijo:
- Pero sus tazas hacen juego con los platos.
Su voz sonaba a vejez, a un hambre que no estaba en el estómago. Luego se marcharon, apretando sus atados de papeles para protegerse del frío. No me habían dado las gracias. No hacía falta. Me habían dado algo mucho mejor. ¡Sencillas tazas de loza azul, pero con platitos haciendo juego!
Probé las papas. Estofado con papas, un techo que me protegía y un marido con empleo seguro. Esas cosas también hacían juego. Organicé los sillones y limpié la cocina. En el piso se veían aún las huellas lodosas de esas pequeñas sandalias. Las dejé allí; quiero volver a verlas, por si alguna vez olvido lo rica que soy.
Desconozco su autor
Fanny