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General: EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 01 DE ABRIL, 2012.DOMINGO DE RAMOS.DIOS LOS BENDIGA
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De: hermes sarmiento  (Mensaje original) Enviado: 01/04/2012 00:46

El Evangelio DE  Hoy DOMINGO 01 DE ABRIL DE 2012.

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

¡Bienvenidos. Hermanos y hermanas en Cristo Jesús!

“El Señor este con Uds.”.Nos hemos reunido para leer la Palabra y alimentarnos de Cristo Resucitado que fortalece nuestra vida y nos compromete a vivir y a llevar una vida Espiritual llena de amor y paz.

Con alegría leamos la palabra.

Habla Señor, qué tu siervo escucha”.

Señor, creo en las Sagradas Escrituras que voy a leer,se que contiene Tu Santa Palabra.Haz que la escuche con todo respeto y amor.Ilumina mi mente para que por medio de ella yo conozca Tu Santa voluntad, y mueve mi corazón para que yo cumpla  con fidelidad lo que Tú quieres de mí.Espíritu Santo, ilumina con Tu luz mi cabeza y enciende mi corazón para que la palabra de Dios pueda entrar y quedarse siempre en mí, para conocer por medio de Tu Palabra, Tu Divina voluntad, lo que puedo y debo lo, que debo y puedo modificar,y que no depende de mi cambiar, como debo conducirme en los acontecimientos de la vida.Señor, aquí tienes mi corazón abierto, dispuesto a Escuchar Tu Palabra con corazón sencillo y con la voluntad decidida para obedecerle...En TI esta la Luz y la salvación.Amen, y Amen

Primera Lectura.

Isaías 50,4-7
*No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado*

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabilaba el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Palabra de Dios
.

Meditación

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. La fuerte personalidad del Siervo realiza diversas tareas en el cumplimiento de su misión. La primera que se le asigna en este cántico es profundamente humana. El profeta-poeta anónimo que compuso estos cánticos realizó su misión hacia el final del exilio de Babilonia, un momento histórico especialmente delicado para el pueblo de Dios, el momento de las grandes preguntas, de las grandes sombras para Israel.

En medio de esta situación amenazadora para la esperanza en Dios, surge este mensaje profundo, real y sobrecogedor que quiere ser una respuesta directa a aquellos graves problemas. Así se entiende su tarea especial de consolador en nombre de Dios. La Iglesia cristiana proclama esta lectura en el pórtico de la Semana Santa en la que Jesús va a realizar la parte central de su misión a través de su Muerte-Resurrección. Es una palabra viva y eficaz para nuestro mundo que tanto necesita el consuelo en medio de las gravísimas dificultades por las que atraviesa y que alcanzan a todos los ámbitos de la vida humana. La palabra de Dios siempre lleva consigo un mensaje capaz de ser encarnado y de responder a las preguntas que atañen a la hondura del ser humano.

Salmo:21

*Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?*

Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: "Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto le quiere."
Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos.
Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel.

Segunda lectura

Filipenses 2,6-11
*Se rebajo, por eso Dios lo levantó sobre todo*

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra
de Dios


Meditación

Por su cruz.Cisto derrotó toda forma de mal y triunfó sobre todas las fuerzas de la oscuridad que han contaminado la creación. ¡Las cadenas del pecado y de la muerte con las que estábamos presos han quedado destruidas por completo! A todo hombre y mujer se nos ofrece ahora la libertad de amar a Dios y al projimo.

Cuando contemplamos la cruz vemos un amor incondicional, totalmente desinteresado, que se derramó en favor nuestro y de todos los que han caminado por la faz de la tierra. Vemos la enorme misericordia de Dios y la total obediencia de su Hijo, obediencia hasta la muerte misma. Vemos la fuente de salud para todas nuestras heridas interiores y todas las heridas que nosotros mismos nos hemos causado los unos alos otros.






 

Santo Evangelio:

Marcos 14,1-15,47
*Pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte*

 

CONTINUA EN EL SIGUIENTE CUADRO

 

 

 



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De: hermes sarmiento Enviado: 01/04/2012 00:47

 

El Evangelio DE  Hoy DOMINGO 01 DE ABRIL DE 2012.

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR




 

Santo Evangelio:

Marcos 14,1-15,47
*Pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte*

Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte.
Porque decían: "No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo".
Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: "¿Para qué este derroche de perfume?
Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres". Y la criticaban.
Pero Jesús dijo: "Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo.
A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre.
Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura.
Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo".
Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús.
Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?".
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo,
y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: '¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?'.
El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario".
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon
la Pascua.
Al
atardecer, Jesús llegó con los Doce.
Y mientras estaban comiendo, dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo".
Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro: "¿Seré yo?".
El les respondió: "Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!".
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo".
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.
Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Y Jesús les dijo: "Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.
Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea".
Pedro le dijo: "Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré".
Jesús le respondió: "Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces".
Pero él insistía: "Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré". Y todos decían lo mismo.
Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: "Quédense aquí, mientras yo voy a orar".
Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse.
Entonces les dijo: "Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando".
Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora.
Y decía: "Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: "Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora?
Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil".
Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras.
Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle.
Volvió por tercera vez y les dijo: "Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar".
Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.
El traidor les había dado esta señal: "Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado".
Apenas llegó, se le acercó y le dijo: "Maestro", y lo besó.
Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron.
Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
Jesús les dijo: "Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos.
Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras".
Entonces todos lo abandonaron y huyeron.
Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron;
pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.
Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas.
Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban.
Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban.
Algunos declaraban falsamente contra Jesús:
"Nosotros lo hemos oído decir: 'Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre'".
Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones.
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: "¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?".
El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: "¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?".
Jesús respondió: "Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo".
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: "¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?". Y todos sentenciaron que merecía la muerte.
Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: "¡Profetiza!". Y también los servidores le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote
y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: "Tú también estabas con Jesús, el Nazareno".
El lo negó, diciendo: "No sé nada; no entiendo de qué estás hablando". Luego salió al vestíbulo.
La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: "Este es uno de ellos".
Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: "Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo".
Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando.
En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: "Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces". Y se puso a llorar.
En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Este lo interrogó: "¿Tú eres el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "Tú lo dices".
Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él.
Pilato lo interrogó nuevamente: "¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!".
Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato.
En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo.
Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición.
La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado.
Pilato les dijo: "¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?".
El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás.
Pilato continuó diciendo: "¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?".
Ellos gritaron de nuevo: "¡Crucifícalo!".
Pilato les dijo: "¿Qué mal ha hecho?". Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: "¡Crucifícalo!".
Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia.
Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron.
Y comenzaron a saludarlo: "¡Salud, rey de los judíos!".
Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje.
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.
Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús.
Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: "lugar del Cráneo".
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó.
Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.
Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron.
La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: "El rey de los judíos".
Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: "¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar,
sálvate a ti mismo y baja de la cruz!".
De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo!
Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!". También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde;
y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: "Eloi, Eloi, lamá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías".
Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: "Vamos a ver si Elías viene a bajarlo".
Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.
El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: "¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!".
Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé,
que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.
Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer,
José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto.
Informado por el centurión, entregó el cadáver a José.
Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.

Reflexión

El Evangelio nos presenta a Jesús siempre en camino. Él no tiene un lugar fijo para su actividad, sino que se mueve por todo el país. Va al Jordán para encontrarse con Juan el Bautista, pasa después al desierto, retorna a Galilea y recorre la ribera del lago de Genesaret. Su camino le lleva a territorio pagano, a Tiro y Sidón, en la Decápolis, hasta llegar a las fuentes del Jordán, a Cesarea de Filipo. La vida de Jesús es un continuo peregrinar. Exceptuados los viajes en barca, siempre va a pie. Esto vale también para el camino de Galilea a Judea, que, a través de Jericó, le conduce finalmente a las puertas de Jerusalén, a Betfagé y a Betania. Jesús se detiene en el monte de los Olivos, desde donde contempla el templo y la ciudad. Aquí, de improviso, cambia su precedente costumbre: no quiere recorrer a pie el último tramo del camino; se hace llevar por un asno. No quiere entrar en Jerusalén a pie, sino sobre un asno.

Este cabalgar de Jesús tiene un valor demostrativo. Hace comprender de este modo bajo qué título entra él en Jerusalén, en el centro del pueblo de Israel. El profeta Zacarías había anunciado: « ¡Exulta sin freno, hija de Sión; grita de alegría, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna. El suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate, y él proclamará la paz a las naciones.

Al igual que su entrada, también la acogida que él encuentra es excepcional. Sus acompañantes extienden ante él sus mantos en el camino, tal como habían hecho los soldados ante Jesús cuando se enteraron de que Eliseo había mandado ungirle como rey. De este modo demostraron reconocerle en su condición de rey (2Re 9,13). Otros esparcen ante él ramos en señal de gozo y de reverencia.

Jesús entra en Jerusalén como el Rey prometido. Las circunstancias concretas de su entrada demuestran que su Reino no tiene nada en común con el dominio terreno. El asno en que cabalga lo ha tomado prestado, y sus discípulos han prometido devolverlo inmediatamente después de cumplir su servicio (11,3). Para este asno, no dispone siquiera de una silla, y sus discípulos deben improvisarle una, echando encima sus mantos para que Jesús pueda sentarse (11,7). Jesús entra en Jerusalén como Rey, pero lo hace cabalgando en un asno tomado en préstamo y con una silla improvisada. Aun cabalgando, él entra de modo sobrio y sin medios, tal como precisamente ha pedido a sus discípulos cuando les ha enviado en misión (6,8-9). El no lleva otra cosa que su propia persona. Sólo quien sabe reconocerle y apreciarle está en condiciones de acoger con júbilo y con gozo su llegada y su presencia.

Cuando no aceptamos verdaderamente a Jesús como Hijo de Dios para justificar nuestras opciones equivocadas, renegamos de él. Y lo renegamos por no compartir su suerte, por no participar en su muerte. Siempre que no sabemos negarnos a nosotros mismos, renegamos de Jesús. Siempre que queremos salvarnos de la cruz, le miramos de lejos, y en la práctica decimos —aunque no sea de palabra— que no lo conocemos.
¿Acaso no nos sucede esto con frecuencia? Si por consiguiente tantas veces renegamos de Jesús, otras tantas deberíamos saber llorar amargamente y asumir el arrepentimiento y la conversión como compromiso de vida: éste es ciertamente el único camino hacia la santidad. la santidad no es fruto de virtud, sino un don de misericordia para quien se abre para acogerla, para quien se arrepiente de todo corazón, consciente de ser pecador. Es una gracia que el Señor nos haga ver nuestro pecado para llevarnos al arrepentimiento. Nos da la posibilidad de arrepentimos: así es su misericordia


Jesús, Señor mío, al mirar la cruz no quiero ser indiferente a lo que me ofreces. Permite que tu victoria no sea solamente un concepto simbólico ni un acontecimiento puramente histórico. Quiero entender toda la gracia que me ofreces a través de la cruz.

Me doy cuenta, Señor, de que no hay forma en que yo pueda recibir la salvación que Tú ganaste para mí si no me uno a tu cruz. Ayúdame, Señor, a morir a los impulsos caídos que tratan de controlarme; ayúdame a dejar atrás todo lo que me sigue llevando a resistirme al amor de Dios.

Viendo el divino acto de amor que realizaste en la cruz, Señor, me siento impulsado a unirme a Ti en tu muerte, para que así pueda asumir la vida nueva que ganaste para mí. Jesús amado, Tú te humillaste hasta la muerte antes de ser exaltado y así recibiste el Nombre que está por encima de todo nombre. Ahora entiendo que no hay resurrección para mí a menos que yo también me humille.

“Señor, quiero que tu cruz actúe muy profundamente en mi corazón. Junto con Santa Teresa quiero decir “No le tengo miedo a ninguna cruz, porque sé que cuando me llega una cruz, Tú también vienes siempre, Señor".

“A Ti, Señor, te pertenece toda la gloria y la exaltación. Ayúdame a ver, Señor, que tu cruz también puede ser mi propia victoria. Amado Jesús, te alabo y te doy gracias, porque por tu santa cruz has redimido al mundo."

“Señor, quiero que tu cruz actúe muy profundamente en mi corazón. Junto con Santa Teresa quiero decir “No le tengo miedo a ninguna cruz, porque sé que cuando me llega una cruz, Tú también vienes siempre, Señor."

Dios, Padre nuestro, otórganos el don de saber encontrar en el hoy de nuestra historia el sentido profundo de nuestra misión cristiana, para que nos comprometamos con todo lo que implica el seguimiento de Jesús en la sociedad en la que nos ha tocado vivir y construir tu Reino. Dios Padre , que en la vida, pasión y muerte de Jesús has realizado tu revelación máxima para el mundo, según nos asegura nuestra fe; te rogamos nos otorgues el don de saber redescubrir con ojos humildes todo lo que tú has continuado revelando en estos 2000 años de historia, dentro y fuera del cristianismo, para que la Palabra que pronunciaste en Jesús pueda ser compartida por todos los pueblos y religiones.

Te lo pedimos Padre Amado en el nombre de Tu Hijo Jesucristo. Alabado seas Señor, Bendito sea tu Santo Nombre Señor.Amén y Amen

GRACIAS SEÑOR POR ESCUCHARNOS

Cristiano católico

* Te agradecería compartieras con tus amistades este mensaje.
Con el mayor de mis respetos.

Saludos, Dios los Bendiga. *

GRACIAS POR TU AMISTAD, FELIZ DIA.

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Así, responderé oportunamente.

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