Las dos caras de la cruz.
El Señor se enfrenta a la cruz y le hace frente a tres grandes realidades de pecado de su época: el pecado personal, de cada uno de los hombres que están apoyando la crucifixión o que se burlan de Él, el pecado estructural de una sociedad injusta que no puede dejar al justo con vida y el pecado de la estructura religiosa corrompida, que deshumaniza al ser humano.
La cruz vista desde el punto de vista humano es el más triste y horrible de los espectáculos. Vemos en ella revelada la maldad del hombre, y por su puesto la mía y nuestra también. Pero desde el punto de vista de Dios nos muestra lo profundo e incondicional que es el amor de Dios. La otra cara de la cruz. Vamos a meditar acerca de las palabras de Jesús en la cruz y también acerca de las palabras que le dirigen a Jesús en la cruz.
Palabras que le dirigen a Jesús en la cruz.
Mt 27: 40. El que derribas el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo. Si eres Hijo de Dios desciende de la cruz. Mc 15: 29-30. Los que pasaban. Bah! Tú que derribas el templo de Dios y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo y desciende de la cruz. Mt 27: 42-43. Principales sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos. A otros salvó pero a sí mismo no puede salvarse. Si es el Rey de Israel que descienda ahora de l cruz y creeremos en Él. ha dicho: "Soy Hijo de Dios". Lc 23: 39 Uno de los malhechores. Si tu eres el Cristo, sálvate a ti mismo, y a nosotros. Lc 23: 42 Uno de los malhechores. Acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino. Mt 27: 49 Otros. Deja, veamos si viene Elías a librarlo. Mt 27: 54 El centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús. Verdaderamente este era Hijo de Dios. A lo largo de los evangelios vemos cómo son el pueblo, los soldados, los principales sacerdotes, ancianos, escribas, uno de los que estaba crucificado con Él los que se burlan y lo rechazan en este momento. Es más o menos como cuando esperamos que alguien que está haciendo algo bueno se equivoque para poder criticarlo. Y estamos seguros que se equivocará ya que tarde o temprano todos lo hacemos, sólo es cuestión de esperar. Y esperamos, hasta que por fin se equivoca. Y allí salimos nosotros a aprovechar. Jesús es rechazado por las personas que están allí, por las autoridades y por los principales religiosos de su época.
Lo curioso es que de quienes poco se podría esperar vienen las palabras de alegría y reconocimiento: del centurión, jefe de cien soldados y del malhechor crucificado. "Acuérdate de mi cuando vengas en tu Reino" "Verdaderamente este era Hijo de Dios".
La otra cara se ve en las palabras que Jesús dirige desde la cruz.
"Dios mío, Dios mío, porqué me has desamparado".
"Padre perdónalos porque no saben lo que hacen".
"Tengo sed".
"De cierto te digo: hoy estarás conmigo en el paraiso" Lc 23: 43.
Estas son palabras de Jesús estando clavado en la cruz, dirigidas al ladrón arrepentido que estaba colgado a su lado. ¿Cómo puede ser que este ladrón consiguiera en un minuto lo que millones de feligreses intentan lograr toda su vida mediante ritos, rituales y ceremonias? ¿cómo puede ser que una persona que jamás se planteó el obrar conforme a la voluntad de Dios, en el último minuto de su vida consiga, casi por casualidad, estar junto al Señor en el paraíso ese mismo día?
Esto no es lógico. Visto desde la lógica de nuestro tiempo y de la de todos los tiempos, esto no es justo, no tiene explicación… Desde nuestra perspectiva de varios años de banco en la iglesia no podemos dejar de ver al pecador arrepentido como el que cayó, o como el que puede caer nuevamente, y ahora hay que ver como se porta. Y eso que Jesús nos dijo que no juzgáramos para no ser juzgados!
Aunque nosotros hayamos condenado a alguien a ser pecador perpetuo, el amor gratuito de Dios nos dice que existe para él la clara y genuina posibilidad de ser salvo.
El ladrón se arrepiente y le pide un lugar junto a Jesús. ¿Es que Jesús necesitaba algo más para concedérselo? ¿Qué alegraría más a Jesús que el pedido de un hijo perdido por estar otra vez junto a él en su casa?
Debemos reconocerlo: no está en nuestras manos la salvación ni la condenación. Pero en las manos de Dios sí hay salvación, y ese es un ofrecimiento también para ti. Jesús te ama y te llama.
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu", Lc 23: 46.
Estas son palabras de Jesús cuando estaba clavado en la cruz, dirigidas en oración a su Padre. Muchas veces vemos a Jesús como un superhombre, que no sufrió, sino que paso por todas sus pruebas sin hacerle daño. Y a veces le pedimos que esa también sea nuestra situación.
Sin embargo Jesús se hizo tan ser humano, que sintió como su vida se desgarraba frente a las decisiones y cosas que tenía que enfrentar. Frente a la muerte tuvo ganas de decir que no. Pero finalmente dijo: "en tus manos encomiendo mi espíritu".
Pudo decir esto, porque también lo había dicho en las tentaciones en el desierto, y también en el monte antes de su arresto, cuando dijo: "que se haga tu voluntad y no la mía". Porque se había entregado al Padre en cada momento de su vida, en cada paso, en cada palabra y en cada gesto.
En estas palabras "en tus manos encomiendo mi espíritu" no le está pidiendo un seguro de vida a Dios, sino le está dando toda su vida en entrega voluntaria de amor, obediencia y confianza. Estas palabras finales fueron también las palabras del principio, las palabras que guiaron toda su vida.
La respuesta de Dios fue la resurrección. Dios aceptó la ofrenda de la vida hecha por Jesús y mostró que la coronación es la resurrección.
Esto nos invita a amar más, mucho más cada vez, a entregar nuestra vida por los otros. Ese es el camino para hacer de este mundo un mundo mejor: una familia mejor, un grupo de amigos mejor, una ciudad mejor.
Y Dios dice que ese camino nos conduce a la verdadera vida.
"Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre", Juan 19: 26-27.
Estas son palabras de Jesús cuando estaba lavado en la cruz, dirigidas a María, su madre, y a Juan, su discípulo.
Cualquiera de nosotros, frente a un problema físico, pedimos con urgencia que se nos atienda, que se nos considere. No queremos que alguien nos cuente sus males, queremos contar los nuestros, queremos
Jesús aún en su propia muerte mira el desamparo en que ha de quedar su madre, sin ningún tipo de seguro social, y encarga a su querido discípulo la tarea de cuidarla. Jesús sentía un profundo amor por su madre y aún en su dolor desgarrante de la crucifixión, piensa más en ella que en sí mismo.
Esto señala más que nada el carácter de Jesús, el contenido más profundo de su mensaje: estando desamparado se fija en quien puede quedar desamparado.
Que reconfortante resulta para nosotros pensar y sentir estas palabras de Jesús, y no los fríos y abstractos dogmas. Nos hace sentir el cálido afecto de Jesús que no se olvida de los suyos, sino que por nosotros muere y por nosotros resucita.
Esta preocupación de Jesús es también para ti. No lo olvides, Jesús no se olvida de ti.
"Todo queda terminado", Jn 19: 30.
Nadie puede decir "todo queda terminado" a no ser que haya comenzado una misión o un trabajo. Y el que dijo esta frase, Jesús, estando clavado en la cruz, sabía que su trabajo estaba terminado. Había venido a buscar al ser humano, su hermano, para que se reconciliara con su Padre, y además mostrarle el verdadero sentido de su vida: vivir en amor, paz y justicia. Buscar que se haga la voluntad de Dios.
Sus palabras, sus enseñanzas, sus milagros, eran signos del objetivo que buscaba. La oración, el amor y el servicio, las herramientas con que poco a poco conmovía la dureza del ser humano, para ganarles el corazón.
El trabajo que el Padre le había encargado lo realizó hasta el fin, hasta dar su propia vida por las personas. No midió su costo, se sacrificó el mismo. El si puede decir "todo ha terminado". Porque hizo su trabajo y fue fiel a su Padre hasta el fin.
Lo que aún no termina es nuestra respuesta. Cada día le debemos decir sí al perdón, al amor, a la justicia, al servicio. Jesús espera tu respuesta también. No se la niegues. Eso hará que la obra de Cristo y la nuestra quede terminada.
GRACIAS A LA HERMANA SILVIA RODRIGUEZ POR EL FONDO
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