Mi bien se multiplica al centrar mi atención en la gratitud.
Los sucesos de mi vida diaria compiten por mi atención, y sé que en lo que enfoco mi atención se expande. Para poder disfrutar de mayor paz y gozo, centro mi atención en Dios. Cada día, tomo la decisión de utilizar mi tiempo y mi energía de maneras que apoyan mi vida.
Estoy plenamente presente en cada momento. Hago una pausa para admirar un amanecer glorioso o una obra de arte. También tomo tiempo para estar solo y honrar el regalo de mi vida. Dedico tiempo cada día para comulgar con Dios en oración y meditación.
Al enfocar mi atención en el bien interno y a mi alrededor, éste se multiplica. ¡Soy bendecido inmensurablemente! Gracias, Dios.
La bendición del Señor es riqueza que no trae dolores consigo.—Proverbios 10:22
Al observar un amanecer o la majestuosidad de una montaña, percibo vívidamente la presencia de Dios. Al leer acerca de personas quienes ayudan a los demás, veo a Dios en acción. Soy inspirado a seguir el ejemplo de las personas generosas a mi alrededor —prestar el mayor servicio posible compartiendo mis dones.
Al orar, busco la guía del Espíritu. Tengo presente que mi amor, mis palabras y mis acciones son las mejores herramientas para llevar a cabo la obra de Dios. Tal como sale el sol al amanecer, puedo decir palabras que le iluminen el día a alguien. Igual que la montaña, puedo ser una roca firme para quien lo necesite. Mantengo la intención de ser Dios en acción en todo aspecto de mi vida.
Proclamaré el nombre del Señor: ¡reconozcan la grandeza del Dios nuestro!—Deuteronomio 32:3
Hoy tomo tiempo para aquietarme y permitir que Dios responda a las inquietudes de mi corazón. Dejo ir cualquier búsqueda ansiosa, no fuerzo soluciones y permanezco receptivo al Espíritu.
Descanso y enfoco mi atención en el fluir rítmico de mi respiración. La charla en mi mente cesa y me conecto con Dios. Al dejar ir toda preocupación, avivo la fortaleza de mi fe. Respiro profundamente y entro a la capilla de mi corazón. Allí encuentro quietud y descanso en el Silencio.
El amor de Dios me llena de paz y satisfacción. Sé que todas mis necesidades son satisfechas y me siento completo. En la quietud, me siento profundamente satisfecho.
Él, levantándose, reprendió al viento y dijo al mar: ¡Calla, enmudece! Entonces cesó el viento y sobrevino una gran calma.—Marcos 4:39