Algunos días mi vida puede parecer la misma. Tal vez me sienta atascado entre lo que fue y lo que todavía no ha ocurrido. Comienzo a preguntarme lo que Dios desea que yo haga y cumpla. Al dirigir mis pensamientos al Espíritu, calmo mi mente inquisitiva y recuerdo que el comienzo de todo es la nada. Cuando nada es cierto, todo es posible.
Atesoro mi tiempo en el silencio sagrado de la oración y meditación. Hago a un lado cualquier idea acerca de lo que debería estar sucediendo. Creo un espacio para que el bien que el Espíritu tiene para mí emerja. Tomo acción según la guía divina que recibo y nuevos caminos se abren ante mí. Estoy satisfecho en la quietud, con fe en que el potencial divino en mí toma forma y se expresa.
Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra. La tierra estaba desordenada y vacía.—Génesis 1:1-2