La vida está llena de momentos para dejar ir. Un pájaro deja ir la rama para volar. Los padres sueltan la mano del niño para que aprenda a caminar.
Dejar ir es un acto de fe en nuestro proceso divino de crecimiento. Suelto cualquier apego a éxitos o retos pasados. Cada momento me convierto en una expresión mayor de mi potencial divino. No me preocupo acerca de cómo navegaré a través del futuro. Mi naturaleza divina hace surgir las cualidades espirituales que me apoyarán en mi sendero por la vida.
La experiencia de cada día provee oportunidades para desarrollar nuevas habilidades y una comprensión más profunda de lo que soy capaz de ser y hacer. No tengo necesidad de aferrarme al pasado ni temer el futuro, porque algo mayor se desarrolla en mí ahora.
Cualquier búsqueda de consuelo o seguridad me guía a mi naturaleza divina. Encuentro el consuelo que busco al saber que yo soy parte de Todo lo que es.
Pronto, experimento mi vínculo con la vida y con el amor eternos. Esa unidad siempre está allí, pero a veces puede que yo necesite un pequeño recordatorio. Cuando esto sucede, me aparto de las circunstancias externas y me retiro al Silencio. Afirmo: Todo está bien porque todo es Dios.
La calma me llena. Dios en mí es vida y paz. Las situaciones externas puede que todavía permanezcan, pero algo ha cambiado: mi percepción. Veo más allá de las apariencias gracias al lente de la Verdad y de la fe. ¡Encuentro gran consuelo al saber que todo es Dios!
Muéstrame tu misericordia, y ven a consolarme, pues ésa fue tu promesa.—Salmo 119:76