En los días fríos de invierno disfruto de las comodidades de una cama acogedora, saborear una taza caliente de chocolate después de estar afuera en el clima invernal o quizás sentarme cerca de una chimenea. Si bien aprecio estos tipos de consuelo, descubro el mayor de ellos al saber que, donde quiera que yo esté, haga lo que haga, Dios está conmigo. Nunca puedo estar separado de Dios.
Me concentro en la Presencia divina en mí. Puedo sentir la presencia de Dios como paz, amor y comprensión. En la paz y el amor de Dios, encuentro la fortaleza necesaria para vivir cada estación de mi vida. Tengo presente que, aunque los cambios y desafíos llegan y se van, la presencia de Dios en mí es inmutable. La paz, el amor y la fortaleza de Dios me consuelan y me sostienen.