Una y otra vez, al principio de su ministerio terrenal, Jesús nos llamó a tener fe: la fe de un niño, fe tan pequeña como una semilla de mostaza. Puede que asumamos que solo con fe suficiente podemos hacer el trabajo que debemos hacer. ¡Hoy reconozco que lo opuesto es verdad!
Al ofrecer amor y ayudar a los demás en sus experiencias humanas, mi fe se profundiza. Creer se me hace fácil cuando veo claramente el poder espiritual que mis acciones crean.
Entonces, mis elecciones no provienen de una fe ciega, sino de una fe perceptiva. Reconozco el bien que puedo crear en el mundo y fortalezco mi fe con las acciones que elijo.