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LA ORACIòN DEL SABIO
Autor: Carlos Rivera Cruchaga
Quisiera por un momento olvidar lo que he aprendido, para querer lo que tanto he buscado, para saber lo que no he logrado
Conocería entonces lo que es amor, tener un pan y dar la mitad, sabría entonces que la virtud es mayor que la ciencia, que el buen sentido vale más que el talento y que vivir la verdad es superior a conocerla
Si pudiera por sólo un instante conocer lo que es un pobre, que nada tiene porque yo tengo, que nada sabe de lo que yo tanto he aprendido y que sin embargo una sola de sus lágrimas penetra más hondo en el corazón humano que todas las convicciones y certezas de esta mi ciencia tan trabajada
Sabría entonces que Dios nos hizo simples y buenos y que lo que hemos aprendido con tantos sacrificios no han sido sino ilusiones y espejismos de verdad
Si por sólo este instante conociese de cerca lo que enseña un rostro bondadoso, un corazón puro y una mirada inocente
¡Ah, cuánto más sabría entonces lo que alcanzan mis saberes y lo que engañan mis preocupaciones
Si en la ciencia buscase la Verdad, no aquella que se ajusta al momento de la cuestión o del problema, sino esa otra que luce como el aire, suena como el silencio y llena como el vacío.
Esa Verdad que se mueve y no se mueve, que da vida y o la quita, que no se ve y se ve, que unos la niegan y otros no, y que siempre es superior a lo que de ella pensamos.
Si hubiese hallado esta Verdad, si la hubiese siquiera percibido en su más ínfima parte, habría hallado también un rincón de cielo en la tierra.
Entonces comprendería que en el camino de la ciencia hay un momento en que el hombre ha de elegir entre seguir la senda de Dios o la senda del Hombre.
La primera nos hace humildes, la segunda soberbios; aquélla nos prepara a morir y ésta nos “engaña” a vivir
¿Por qué sabio, te afanas tanto en superar a los otros si entre tú y los demás no hay diferencia que valga
Si el camino a la Verdad es la senda del Hombre, ¿por qué esta ciencia termina en el cañón y en el soldado muerto.
Si tú dices que la vida no es sino un baile, un festival de átomos y moléculas en una danza soñadora, ¿dónde, contesta, está la esperanza de esta vida y la finalidad de tu amor?
¿Dónde el beso nocturno de tu hija querida o el cariño de tu esposa amada?
Inclínate hacia ti y mide tu estatura y verás la verdadera dimensión de tus desvanes.
Sabrás entonces que el rico es pobre, que el niño es sabio, que el amor no es fiesta sino trabajo, que el dolor es esperanza y la muerte principio.
Así empezarás a conocer esa Verdad que tenazmente la rechazabas, a distinguir lo hondo y duradero de lo teórico y fugaz.
Tu ciencia será tu espejo y el laboratorio, tu linterna. Entonces tus fracasos serán lecciones y tus trabajos serán igual que los del labriego que, con humilde esfuerzo, sabe dónde está la cizaña y dónde la mies.
Quisiera la Verdad Eterna dar luz a los que estudian, poner oídos a los que por tanto tiempo han sentido el frío silencio que emite la materia, poner lumbre en sus corazones para que jamás llegue la noche en que tengan que encender el carbón de la desesperación.
Quisiera esta misma Verdad fundir el cañón para hacer el escudo de la amistad, desvestir al guerrero para vestir al desnudo, que victoria sea lo mismo que paz y ciencia lo mismo que amor
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