Me diste la vida para cosas sencillas: para oler las manzanas y las rosas, para que el sol evapore las gotitas de mar que mojaron mi piel, para que mi oido distinga el canto del zorzal y el sonido del viento entre los álamos, para que mi voz redondee la palabra en el aire, para que mis manos se tiendan en el gesto sublime de dar y el gesto humilde de pedir y recibir.
Me diste la vida para descubrir a los demás y para ser descubierta.
Para la sed y el hambre.
Para el amor y el ansia y las ganas de vivir.
Para la siembra y la siega.
Para el amanecer y el sueño y el cansancio.
Para la voz del hijo llamándome en la noche.
Para el mantel bordado y la copa de vino.
Para la charla con los amigos.
Para confiar en ellos y mostrarles mi corazón desnudo, mi puerta abierta, sin candado, sin llave.
Si. Señor. Para cosas sencillas y primarias. Tú me diste la vida.
Y la he gastado en esas pequeñas cosas cotidianas y conmovedoras.
Pero no me explicaste, no me dijiste nunca que todo tenía un precio.
Y ese precio era alto.
Y que habia que pagarlo: cada paso por una calle clara y arbolada, cada sonrisa, cada latido de mi corazón.
Por todo me han cobrado con pedazos de mí los buitres de la tierra.
Ahora tengo miedo.
Me rindo.
Ya no quiero más nada.
No me des, que no pido, estrellas en el cielo.
No me des sol, ni risas, ni verdad, ni poesía.
Nada me queda para comprar lo que me das tan generosamente.
Descubrí que las confidencias más íntimas y más sinceras, más espontáneas y descarnadas. los secretos más dolorosos y más bellos, pueden ser traicionados.
Señor: ¿ por qué no me pusiste un dedo sobre los labios obligándome a callar, a guardarme para mí las lágrimas y las luces, por qué no me diste una señal de alarma?
Ahora tengo vergüenza.
He quedado desnuda y desprotegida.
¿Por qué me hiciste sagaz y perceptiva y al mismo tiempo crédula y exageradamente confiada?
Y tan fácil de herir, Señor, de ser herida, de ser deshecha en un instante, de quedar apaleada como un perro en la calle, temerosa de cada persona que se acerca, espantada cada vez que alguien mueve el brazo, porque pienso que en vez de acariciarme va a golpearme.
Lo que me ha quedado, Señor, es soledad y dolor.
Toma.
No quiero que me miren si cada vez que me miran me arrancan la piel para dejarme en carne viva.
No quiero herir ni quiero que me hieran.
No quiero llorar.
No quiero ser una muñequita que baila sin música.
No quiero despertarme para vivir un dia de soledad.
No quiero que me des una gota de agua y me cobren un océano.
No quiero que me des un pétalo de violeta y me cobren un jardín.
No quiero que me des un granito de arena y me cobren un desierto.
No quiero que me des la llamita de un fósforo y ellos me incineren en el incendio de un bosque de araucarias.
¡Ay, Señor, yo me rindo!
Incondicionalmente.
Con las persianas bajas, en esta siesta soleada y azul.
A oscuras, forzándome a esta oscuridad fabricada por mí, me rindo.
Aqui tienes todo lo que tengo.
Llévate hasta mi inspiración.
Y mi vida, si para Ti tiene un sentido.
Me rindo incondicionalmente, yo, mi respiración, mis sentimientos.
Pero no dejes que sufran los que amo.
Haz lo que quieras con este poquito de mí que quedó en pie.
Túmbame.
Derríbame.
Tálame como a un árbol.
Quítame los pasos que tengo por delante.
Quítame la memoria que tengo por detrás.
Termina de quitarme las ganas.
Las ganas de despertar.
Las ganas de sonreír.
Las ganas de querer.
Las ganas de hacer.
Las ganas de seguir.
Las ganas de sentir.
Las ganas de tener ganas.
Yo me rindo, me rindo, me rindo.
Mis lágrimas se rinden.
Mis dolores se rinden.
Se rinde mi nostalgia.
Se rinde mi credulidad.
Se rinde mi emoción.
Y mi asombro tan empecinado.
Y mi espíritu de lucha que me hizo renacer de mis propias cenizas tantas veces.
Tú, Señor, que me diste la vida para cosas sencillas, entenderás por qué me rindo.
Porque no sé manejarme con cosas complicadas como muertes y ausencias y traiciones y soledad.
Por eso.
Y porque no quiero que mi tristeza salpique a nadie".
Poldy Bird