Así con estas terribles palabras, comienza la novela de una escritora descendiente de una tribu india.
Aunque esta frase estremecedora se refiere a la desaparición del pueblo indio, es aplicable también a nosotros, los árboles.
Sí, igual que los indios, seguimos cayendo uno tras otro. Sé que es asombroso que un árbol pueda escribir una carta, pero es más asombroso aún, que haya podido sobrevivir estos años.
Soy un viejo roble de la montaña asturiana que ha vivido mucho, ha que visto mucho.
Mi larga vida, sin embargo, no ame ha servido para comprender a los seres humanos. No os entiendo, de verdad que no os entiendo.
Hasta mí llegaron los discursos de los Hombres Importantes que hablaban de progreso y mi corazón se llenó de savia de alegría, porque siempre creí que progresar era mejorar. Pero luego sólo vi desolación.
Aquellos hombres que hablaban de progreso acabaron con muchas plantas y animales, ensuciaron la tierra y envenenaron el aire.
A veces pienso que esto no es más que una terrible pesadilla, que despertaré y todo será igual que antes de progresar.
Como cuando, con toda nuestra larga paciencia de árboles, hicimos frondosos bosques ayudados por la generosidad de las nubes, los insectos, los pájaros y el viento. Como cuando os ayudamos a quitar el miedo a los mares convirtiéndonos en barcos con los que pudisteis descubrir la Tierra. Como cuando nos hicimos cunas para vuestros hijos; sillas para vuestro descanso; guitarras para vuestra alegría; papel para vuestros libros... Como nos llamabais cada uno por nuestro nombre y no sólo árboles, así, a secas.
¿Qué ha pasado para que se hayan roto los vínculos que unían a los árboles y a los hombres?.
No lo sé. Pero todavía hay esperanza.
Enfrente de mí han surgido unos pequeños arbolillos. Están sanos y tienen la ilusión de ser bosque.
Mi viejo corazón de roble se alegra porque sabe que, a pesar de todo, en esos nuevos árboles, y en los jóvenes seres humanos, se encuentra la esperanza de que un día habrá progreso de verdad, sin que se destruya la naturaleza.
Un abrazo muy fuerte.
Carta dictada por un viejo roble del bosque de Somiedo en Asturias a un excursionista.