MI PAZ LES DEJO, MI PAZ LES DOY
Con esa frase, Jesús prácticamente se despidió de sus apóstoles. Las dijo: Mi paz les dejo, mi paz les doy; intentando dejarles lo mejor que tenia. Así terminó la última cena, reunión en la que comulgaron, el hijo de Dios y los hombres.
En realidad el hombre históricamente ha luchado por alcanzar riquezas, bienes, propiedades, lujo y poder. Para ello, no ha dudado en enfrentarse a él mismo. Cientos de veces (miles diríamos) los hombres se han destrozado por un pedazo de tierra, por un puñado de monedas, por un puesto en el poder. Lamentablemente, esa es la historia de la humanidad. El hombre como especie, aún en estos tiempos - en pleno siglo XXI - no ha podido superar esa su condición tribal de disputarse las cosas, antes que compartir. ¿Cuánto tendrá que pasar para que algún día, nuestros descendientes - sabe bien, en que generación - asuman o hayan superado, ese perfil animalesco de tener que morderse (agredirse, odiarse, matarse) para alcanzar algo?
Por ello, cuando estos días, recordamos la Pasión de Cristo, debiéramos fijarnos con algún detenimiento, en aquellas palabras que nos interpelan a respetar al prójimo. ¿Cómo no reconocer - así uno no sea creyente jesucristiano - el valor de esa frase central de la comunión en la última cena? Darle a otros, la paz que uno tiene, es sin duda, la mejor entrega que uno pueda dar a los demás. Mi paz les dejo, mi paz les doy, es - aunque alguien dude - lo mejor que tenía Jesús para los hombres.
La tranquilidad del espíritu, el sosiego, esa paz que Jesús les entrega a sus discípulos, resulta el bien más preciado. Por eso, la personalidad de Jesús trasciende los tiempos, por eso las sociedades no quieren apartarse de la religiosidad que se ha creado en torno a él. Se trata, de la ilusión que a veces se hace realidad en cada uno de nosotros, la que nos lleva a confiar que es posible ser un hombre bueno. Bueno del alma, bueno del corazón, capaz de entregar al prójimo, lo mejor que uno tiene.
¡Qué distinta es esta enseñanza, de aquellas otras que nos motivan al enfrentamiento y el odio; qué diferencia sustancial entre los que históricamente han llevado a los hombres a las guerras y la violencia y esta enseñanza de un hombre sencillo y humilde!
Como verán el poder material, ese con el que casi todos sueñan, es apenas una ilusión que siempre acaba haciéndonos perder todo, incluso a nosotros mismos.
En estos tiempos de modernidad, de internet, de tecnología, pareciera que aquellas enseñanzas del pasado, no tuvieran sentido. Sin embargo, díganme: ¿Acaso no es mejor siempre ser un hombre bueno, que uno perverso y odiador? Seguro que nadie, comienza pensando en ser un hombre malo, pero, sin duda, un sin fin de factores, acaban conduciéndoles a perder hasta sus propios almas.
Ese espíritu en paz, - como podemos darnos cuenta - es nuestro principal tesoro. El que nos hace ser felices; ese que sienten los niños cuando han hecho su tarea; ese que sienten los padres, luego de una jornada de trabajo y saben que el fruto de ese esfuerzo, permitirá la felicidad de los suyos; esa felicidad que siente el que ha cumplido con sus compromisos; la alegría de saber que los demás nos respetan y quieren; la felicidad de los desposeídos, cuando encuentran apoyo donde menos esperan, en fin, esa felicidad que todos hemos sentido algún vez, esa es la paz que Jesús entregó a sus discípulos.
Felizmente, también, está en la condición humana, la posibilidad de intentar ser cada vez mejores. Ojalá que estos días en los que recordamos las enseñanzas de Jesús, podamos darnos cuenta, que está en nosotros mismos, la solución a nuestros problemas de convivencia pacífica.
Con fe diríamos: Que reine la paz, que el odio se aleje de nuestros espíritus, que seamos capaces de dar lo mejor que tenemos a los demás.