Laboriosidad: Gran Aliado en
la Formación de la Voluntad
Autor: Alfonso Aguiló Pastrana
padres que organizaban las horas de
estudio de su hijo hasta el detalle,
le racionaban el tiempo libre con criterios
muy estrictos , venían a ver a los profesores
con inusitada frecuencia, e intervenían en
todo lo que el chico pudiera hacer o decir.
Eran como sus portavoces, anulaban
su personalidad.
Con esa pretensión de control absoluto y
de superprotección hacían pasar una notable
vergüenza al chico,
molesto por el riguroso cerco al
que estaba sometido.
Le llevaban en coche al fútbol, porque
no iban a dejarle ir solo, con la
bolsa de deporte, 'tal como está el mundo'.
Le insistían en que se abrigara,
le corregían continuamente,
le planificaban el descanso, le recordaban todo.
Su padre se empeñaba incluso en que le
tenían que gustar las rimas de Bécquer y
la música de Vivaldi, porque
'esos cantantes modernos lo único que hacen
es pegar berridos'.
Era todo un intento de meter a presión en
un molde su forma de ser y sus aficiones.
Con planteamientos así no se puede pretender
que el chico llegue a ser alguien responsable.
Hay que educarle en libertad, con una
vigilancia atenta, pero que mantenga un
poco las distancias.
Si no, le será difícil llegar a entender
–y es importante– que él mismo es quien
debe estar interesado en estudiar y
encontrar el modo de hacerlo lo mejor posible.
No es difícil sustituir ese cerco de controles
por motivaciones más positivas:
en vez de prohibirle la televisión,
por ejemplo, acordar con él un resultado
concreto en el estudio.
En vez de privarle de algo, sin más,
hacerle ver que debe ser generoso y
compartirlo con su hermano.
En vez de afear su mala conducta, elogiar
la que ha sido buena –que la habrá– y
decirle que estamos seguros de que
puede ser así siempre.
Interesa dejar un amplio margen a
su iniciativa personal. No podemos
pretender que tenga el mismo modo de
organizarse o de estudiar que tuvimos nosotros.
Tiene su modo de hacer las cosas y de
entender los problemas.
Y a esta edad hay que empezar ya a respetarlo
con bastante tacto, pues el exceso de
imposiciones suele producir el efecto contrario:
el deseo de libertad puede incluso llevarle a
hacer lo que no quisiera, con tal de dejar
bien sentada su independencia personal.
Debe tenderse lo más posible a que actúe
bajo su propia responsabilidad.
Los educadores que dejan huella –y
huella de la que se recuerda toda la vida–
son aquellos que saben hacer que esté en
condiciones de tomar decisiones y elegir
caminos cuanto antes.
Es un gran error ser posesivos o impositivos.
Es mejor ir haciéndole amistosamente las
preguntas oportunas sobre el porqué
de sus ideas.
Este modo de comportarse tiene otra ventaja:
cada día se aprende algo de ellos; por eso,
tener la suficiente sensibilidad para lograrlo
es una tan preciada cualidad en el educador.
—Oye, que estábamos hablando del estudio:
- Sí, pero el estudio es el campo en que quizá
más claro puede verse todo esto.
Debe aprender a organizar su tiempo y
decidir sobre el mejor modo de dar cabida
a todo: estudio, descanso, aficiones,
ratos de tertulia familiar, y
sus encargos en la casa.
Que razone él mismo
(aunque se le puede ayudar) para aplicar
un orden de prioridades en las cosas que
tiene pendientes.
Es mejor pedirle resultados concretos y hacer
el papel de observador, con una vigilancia
que sea atenta y respetuosa a la vez,
serena, y afable a la hora de intervenir,
sin caer en la tentación de pretender
fiscalizarlo todo.
Al chico empiezan a molestarle las
actitudes excesivamente paternalistas.
Porque esos pequeños golpes son los
que más enseñan al niño, ya que son consecuencia
del empleo consciente de su libertad.
Lo contrario produce inhibición.
Si hay un exceso de dirigismo, el chico no
termina de convencerse de que es bueno
lo que le obligan a hacer, porque nunca
llega a experimentar el fracaso como
consecuencia de una decisión libre suya.
El principal enemigo del dejar hacer
es la impaciencia.
No en vano dice aquel proverbio turco
que la paciencia es la llave del paraíso,
pues aunque costosa, sus frutos son
extraordinariamente sabrosos.
Hay que aprender a esperar, cosa nada fácil,
y contar con el tiempo para que mejore,
sin exigir resultados milagrosos, como no
los obtuvieron con nosotros nuestros padres.
Ir a las causas, sin quedarse sólo
en lo académico: Muchas veces queremos
curar el sarampión granito a granito,
y no puede ser. Es preciso ir a las causas.
Un niño sano, a esta edad, en un ambiente
normal, debe querer estudiar.
Lo contrario indica alguna anormalidad.
Estando en contacto con su tutor o sus
profesores, no es difícil saber qué es lo
que pasa. Lo que no es acertado es querer
arreglarlo a base de remedios superficiales.
No podemos pretender arreglarlo
resolviéndole los problemas de matemáticas,
dictándole la redacción o haciéndole la
lámina de dibujo. Ni tampoco con la comodidad
de poner un profesor particular,
si el problema es que no le da la gana
esforzarse por atender en clase.
—¿Por qué no pones algunos ejemplos
más concretos?:
- ¿De verdad quieres ejemplos de
contradicciones educativas?
Seguro que muchos nos resultarán
familiares a todos.
1.- Si resulta que come siempre lo que le
da la gana, fuera de hora, y a su capricho...,
luego no te quejes de que sea tan blandito
que no aguante ni quince minutos estudiando.
2.- Si se pasa la tarde en casa en pijama,
estudia tumbado en la cama, y cuando se
sienta en el sofá adopta siempre posturas
hiperperezosas..., luego no te extrañe que no
sea capaz de vencer la pereza para hacer
esas tareas de clase o preparar aquel examen.
3.- Si se pasa el día con la cabeza en otro mundo,
distraído, viendo horas y horas de televisión,
escuchando música a todo volumen o absorto
con sus auriculares hasta altas horas de la noche,
sin exigirle que participe en el ambiente familiar...,
luego no te maravilles de que sea bohemio,
esté lleno de fantasías y que no logre
concentrarse ni cinco minutos seguidos en clase,
en el estudio, o en la lectura de ese libro que
le han mandado para un trabajo del colegio.
4.- Si se ha pasado la vida sin guardar ningún orden,
dejando tiradas su ropa y sus cosas del colegio,
sin sujetarse a un horario...,
bien pueden ser ésas las causas de su actual
descuido y desorden integral en los estudios.
5.- Es un error grave preocuparse sólo de
las notas. Hay padres que, cuando van al colegio,
sólo preguntan por el boletín de notas,
las recuperaciones y el profesor de matemáticas.
Piensan en la carrera que hará su hijo, pero no
en el tipo de persona que será.
Y no les importa si su hijo es buen compañero,
o leal y sincero con los amigos.
6.- Como padre, o como madre, debes preocuparte
de saberlo. Entérate, por ejemplo, de si ya
ha aprendido a dejar el bolígrafo o los
rotuladores o ese libro a sus compañeros
de clase. Preocúpate por saber si lleva ya
al colegio, para jugar con sus amigos, aquel balón
que le han regalado en su último cumpleaños.
No resulte que esté convirtiéndose en un egoísta avaro
de sus libros, sus rotuladores o su balón
de reglamento.
7.- Porque las notas suelen ser muchas veces
consecuencia de lo demás. Y, aunque no fuera así,
¿de qué serviría tener un hijo premio Nobel
si luego es un egoísta, está lleno de orgullo,
o es un envidioso redomado?
—Oye, que supongo que no todos los problemas
serán de falta de voluntad o de virtudes...:
- Cierto. Hay también, aunque con menor
frecuencia, problemas de aprendizaje.
Pueden ser dificultades de lectoescritura,
comprensión, memoria, atención, etc.,
que quizá se agudizan a estas edades.
A veces se ponen de manifiesto coincidiendo
con el año en que en el colegio pasan al
sistema de un profesor por asignatura.
Es cuestión de acudir entonces a un
gabinete psicopedagógico de confianza.
Castigar es fácil; motivar es difícil:
Vuelvo a insistir brevemente en la motivación y
en el castigo, porque en los estudios de los
chicos suelen tener bastante protagonismo.
Si se tiene verdadera autoridad,
raramente será necesario castigar.
Un simple detalle, una mirada o un sencillo
comentario más severo que muestre que ha
actuado mal, suele ser suficiente si le hemos
educado bien y con cariño. El recurso al castigo
es casi siempre la solución más cómoda
y socorrida, la menos inteligente.
El castigo es el arma de quien no sabe
educar mejor :De todas formas,
si honradamente no se te ocurre mejor solución,
castiga. Pero que sepas que es porque antes no
supiste hacerlo mejor; y que aún ahora
existen otras soluciones. Pero no lo dejes
pasar si crees que hay que actuar.
Cuando uses del castigo, el chico ha de quedar
siempre con la sensación de que ha habido
justicia, como si hubiera perdido en un juego
con unas reglas muy claras y sin trampas.
La reprensión y el castigo deben ser como el
eco del reproche que el niño se haga a sí mismo
en el interior de su conciencia. Si no se consigue esto,
su eficacia es muy dudosa.
También conviene que los castigos sean
en lo posible educativos, relacionados con
la falta cometida. E incluso productivos, si es
posible, porque así al cumplirlo no se añade la
carga de sentir que se está haciendo
algo absurdo o inútil.
Por eso, si tiene desordenado el armario,
se le puede decir que lo ordene antes de salir.
Si llega tarde a comer, puede recoger la
mesa o hacer algún otro trabajo doméstico,
y descargar así de trabajo a otros.
Y si las notas no han sido buenas,
habrá que marcarle unos mínimos exigentes
en su estudio, y deberá cumplirlos.
Motivar no equivale a premiar. Es más.
Es infundir un deseo de actuar de un modo
determinado: de estudiar, de ayudar a los demás,
de saber, de conocer.
El último ejemplo que quiero poner se refiere
a los castigos físicos.
Recuerdo la vergüenza ajena con que vi en
una ocasión a una madre en la triste situación
de correr detrás del hijo que huía del
castigo corporal.
Aparte de un espectáculo penoso, es muestra
muy sintomática de una autoridad ya casi perdida.
No se debe pegar, y quienes tengan que llegar
a hacerlo habrán de ser conscientes de que es
consecuencia de una larga acumulación de
errores en la educación del chico y en la autoridad
de los padres. Suele ser consecuencia de la irritación
y de la pérdida del dominio de sí mismo,
desprestigia a quien la emplea, produce resentimientos,
y es algo que recordarán cuando sean mayores y
que difícilmente nos podrán agradecer.
Sobre Alfonso Aguiló Pastrana:
Madrid 1959. Ingeniero de caminos (Madrid, 1983)
Ha tenido relación durante más de veinte años
con la formación de gente joven en diversos
trabajos de carácter educativo y docente.
Actualmente es director de Tajamar (Madrid, España).
Es autor de numerosas publicaciones, entre las
que se cuentan siete libros en la colección
'Hacer Familia' , etc.-
Fuente:
http://www.es.catholic.net