Una de las frases más frecuentemente citadas por los
enfermos terminales, según Elisabeth Kübler-Ross,
la principal autoridad mundial sobre el acompañamiento
a enfermos terminales.
"El hecho de que una opinión la comparta mucha gente
no es prueba concluyente de que no sea completamente absurda."
Bertrand Russell.
Querido jefe,
Hace un buen rato que intento acabar el informe que
me has pedido, pero no puedo concentrarme.
Ya sabes que suelo responder con eficacia a tus indicaciones,
pero algo en mi interior se niega hoy a seguir redactando fríos y
descorazonados memorándums. Por contra, cuando me he
puesto escribirte esta carta, mi pulso se ha acelerado y
mis dedos han empezado a danzar livianamente sobre
el teclado del ordenador.
Seguro que te preguntarás por qué te escribo una carta
en lugar de enviarte un e-mail o simplemente llamarte al móvil.
No estoy seguro, pero creo que tiene que ver con la distancia y
la ausencia de prisas. Dicho de otra manera, la carta me da
la posibilidad de escribir pensando, de volver atrás y rectificar,
de explicarme sin la incómoda sensación de que tengo que
ser breve para no hacer perder el tiempo a mi interlocutor.
Sin la premura de otros medios, en definitiva.
Y lo que te quiero explicar, como verás, no admite prisas.
El caso es que hay una cosa que me tiene preocupado,
a ratos estupefacto y a ratos cabreado, y que no me deja conciliar
el sueño desde hace semanas. Es algo sencillo y fácil de entender,
pero a la vez terriblemente profundo.
Quizá te parezca banal a simple vista, pero tengo razones
para pensar que es esencial para nuestro futuro como personas y
como sociedad.
Te lo diré sin rodeos: la gente no es feliz. Por supuesto, es
una generalización, pero más extendida de lo que muchos creen.
Desde hace algún tiempo, cuando pregunto a mis amigos y
compañeros algo tan simple como "¿qué tal?", obtengo respuestas
como éstas:
"Pse, tirando" (del carro, evidentemente, con lo que la identificación
con un animal de tracción es obvia).
"Ya ves" (que en realidad quiere decir: "Decídelo tú, porque
yo ni me veo").
"Vamos haciendo" (en un gerundio sin fin). Fíjate, "vamos" y no "voy",
porque en esta situación es mejor sentirse acompañado.
"Luchando" (como si la vida fuera una guerra).
"Pasando" (¿por el tubo?).
"No me puedo quejar" o su versión extendida "No nos podemos quejar",
donde el que responde asume, en un alarde de masoquismo, que
podría estar peor.
O el ya frecuente "jodido, pero contento", en el que se manifiesta
que el estado natural de uno es estar jodido.
Son muy pocos los que contestan "¡bien!" y casos aisladísimos
los que espetan un asertivo, sincero y convencido "¡muy bien!".
Así que está claro que alguna cosa falla. La realidad, la de hoy,
la que percibo a mi alrededor, es que millones de personas
van cada día a trabajar con tristeza y resignación, sin otra
esperanza para salir de su desgraciada circunstancia que acertar
en la lotería y llegar por un atajo a la felicidad.
Son muchos los que trabajan en oficios que no les realizan,
que andan estresadísimos, que sienten profunda y tristemente
que cobran menos de lo que valen y que, en definitiva, se sienten
mercenarios de una hipoteca. Y dicen...
"No puedo cambiar."
"Tengo una hipoteca a treinta años."
"Tengo una familia a la que sacar adelante."
"Soy un profesional con unos compromisos muy fuertes que
debo mantener, ¿qué otra cosa podría hacer?"
Llevo tiempo dándole vueltas y creo que esta infelicidad tiene
mucho que ver con una frasecita perversa que todos
conocemos bien. Yo la he oído a lo largo de toda mi vida,
desde que era un crío. Es una expresión que forma parte
de nuestro lenguaje aceptado y compartido. Está en el centro
de nuestra vida y, probablemente por eso mismo, nunca
reflexionamos sobre sus implicaciones.
Tiene apariencia inofensiva, la muy puñetera, pero no
hay que fiarse. Si la escuchas sin prestar mucha atención, dices:
"Vale, ¿y qué?". Pero si te paras a pensarla, a rebuscar
entre las palabras, sacas conclusiones escalofriantes.
Voy directo al grano. La frase en cuestión es corta,
sólo tiene cinco palabras y es: "Hay que ganarse la vida".
¿Qué, cómo la ves? ¿Alguna reacción a bote pronto?
¿Te dice algo? ¿Se activa alguna alerta en tu mente?
Lo cierto es que a mí no me decía nada hasta que hace
un par de semanas, en una reunión con unos clientes,
se la oí decir resignadamente a uno de ellos. Entonces,
e pronto, me vino a la cabeza el siguiente pensamiento
(prepárate, porque es sorprendente):