Estaba ciego hasta que pude ver, que más allá de mirar es la esencia del ojo,
visión del Universo que espera ser vista, desnuda e infinita. Cegatas eran mis
pupilas hasta que vi la sombra del ángel en la luna. Estaba sordo; pero el agua
en su cause se abrió a la música y pude oír como si el mundo fuese mío las
palabras del agua. Estaba detenido; pero mis piernas comprendieron la libertad
del paso y mi cuerpo hecho a andar sobre las piedras vírgenes que nos
aguardan en este mundo de caminos. Viví deshabitado hasta que el fuego con su
llama más sabia, conquisto los recodos de mi naturaleza interna
y fui un pueblo de luces en el alma.
Abel G