BUSCÁNDOTE
VOY...
Mi alma busca la tuya, ¡Oh Jesús,
Maestro mío!
Mis manos se tienden hacia Vos como al
único amparo, al único apoyo capaz de sostenerme en las tinieblas de la vida.
Y Tú no me rechazas como rechaza mi
espíritu a los que caen en profunda miseria como antes de ahora he caído yo.
Con mi alma cubierta de lepra y de
llagas, hace muchos siglos te buscaba y te seguía y nunca jamás tu alma me
dijo: " ¡aléjate de mí, larva impura que manchas cuanto tocas!".
¿Y por qué yo, Maestro, dejo que en lo
hondo de mi ser anide, a veces, la repulsión para los que pecan?....
¡Porque soy aún miserable y llena de
mezquindad!
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Porque con tanto amarte y seguirte,
aún no he comprendido la grandeza de tu Corazón de Hombre-Dios.
¡Porque con tanto escuchar las
armonías divinas de tu alma hablándome de ternura y de amor, aún no he
aprendido a amar como Tú!
¡Soy yo, Oh Jesús, Maestro mío, quien
necesita ser perdonada una vez más!
¡Mi alma busca la tuya como una
tórtola errante y solitaria que, sintiendo rotas sus alas y herido su corazón,
se refugia en Ti, piadoso y bueno, consolador Divino de los que lloran bajo el
peso de sus pecados!
¡Maestro Divino!... ¡Maestro Jesús!...
¡Sed conmigo en esta hora en que mi alma te llama, huérfana y sola en los
abismos de la vida terrena adonde tu voluntad y la mía unidas me han hecho
nacer para mi purificación final y en beneficio de los pequeños!...
¡Oh Jesús, Maestro mío! ¡Que yo te
sienta junto a mí en las horas de debilidad!...
¡Que yo te sienta junto a mí cuando el
cansancio, la decepción y el tedio me acosan con sus rugientes alaridos!
¡Que mi alma se funda en la tuya, mar
inmenso de compasión y de amor, como una gota de agua en el océano, como chispa
en una hoguera, como una ráfaga de perfume en el inmenso oleaje de tu esencia
divina!
¡No me apartes, Señor, de Ti, como mi
alma egoísta y cruel repudia a veces a las almas cancerosas y enfermas de los
que hoy pecan como he pecado yo en mi larga vida de siglos y siglos!...
¡Oh Divino Maestro Jesús!... ¡La dicha
de seguirte de cerca, de oír tu voz, de inundarme con la luz divina de tu
mirada, que es ala que levanta mi espíritu..., es todo cuanto quiero y cuanto
pido y cuanto anhelo en esta vida mía!
¡Oye por piedad, Señor, mi voz que te
llama y que te pide, no sólo para sí misma sino para todos, esa luz de tu
mirada, esa suave melodía de tu palabra, ese divino consuelo para todo dolor,
de sentirte cerca, de sentirte en tus piedades, en tus perdones, en tus
enseñanzas y, sobre todo, en la inefable ternura de tu alma excelsa de Hijo de
Dios; para estos hermanos nuestros que, junto conmigo o lejos, divididos a
veces por el odio y la repulsión o apartados por la indiferencia y las
circunstancias de la vida, corriendo van sin orientación y sin rumbo cayendo y
levantando a lo largo del camino sin fin!...
¡Oh Divino
Maestro Jesús!... Si ha sonado la hora de que los hombres te sientan como a su
única luz y su único refugio y su único Salvador, consuma tu obra. ¡Oh Señor!,
¡y que la humanidad vea por fin en ti la gloria de Dios!