Por J. Altavista
Vivimos en un mundo cada vez más difícil de entender. La velocidad de las informaciones
que nos llegan no nos da tiempo a pensar, a crear una opinión propia.
Asumimos la opinión de otros, por afinidad afectiva o ideológica. No nos dan tiempo para pensar
lo que pasa en nuestro mundo. Nos convierten en espectadores.
Leía hace unos días una frase de Dolores Aleixandre que en pocas palabras era capaz
de resumir el drama de nuestro mundo, decía así: “vivimos en un mundo que se divide entre los
que comen y los que son comidos”. La frase es dura, pero no deja de reflejar una situación real.
Los países ricos hemos vivido a base en engullir las riquezas naturales, a las personas con
formación profesional y a la mano de obra barata de los países pobres. A cambio les dábamos
unas migajas de pan para que no protestaran mucho y numerosas armas para que
crearan sus conflictos. De todo ello salíamos ganando y de paso nos dejaban tranquilos.
El abismo entre países pobres y países ricos ha ido creciendo y me temo que
seguirá haciéndolo. Pero los hechos –desgraciadamente dolorosos- nos llevan a replantear
la relación mundial.
El drama de Japón nos ha venido a recordar que no somos tan distintos, que la riqueza
no nos deja al margen del sufrimiento, la muerte y el dolor.
El sistema de crecimiento que hemos creado puede derrumbarse de la noche a la mañana
de forma no esperada, haciendo temblar no sólo la tierra, sino también las bases
de nuestro desarrollo.
Intentamos crecer y vivir mejor llevando a la naturaleza a puntos extremos.
Y la naturaleza reacciona.
En este caso la Madre Naturaleza ha reaccionado con terremotos y Tsunamis devastadores
. Se llevaban por delante no sólo lo que habíamos construido o creado, sino también un
impresionante número de vidas humanas.
Pero también reaccionó la “Suegra Tecnología” y empezaron las explosiones de las centrales
nucleares cuyas consecuencias siguen siendo imprevisible a la hora es escribir estas líneas.
La acción de la Naturaleza escapa a nuestras manos, la reacción de la Tecnología –que
sin duda tendrá otros efectos a más largo plazo- es fruto de nuestro afán por aumentar el grado
de bienestar de nuestras sociedades hasta límites inimaginables.
Caímos en la tentación de no pensar que todo tiene su precio y en algún momento la realidad
nos pasaría su factura.
Hemos querido crear un mundo a dos velocidades. Había que retrasar el desarrollo
de los pobres para acelerar el desarrollo de los ricos. Pueblos pobres y pueblos ricos s
como dos “placas tectónicas” que en determinados chocan y, como en Japón provocan destrucción.
¿Seguiremos creando un mundo de muerte y destrucción? La única solución está en crea
un mundo solidario donde cada día haya menos dolor, menos sufrimiento, menos muertes prematuras.
No estaría de más revisar nuestro modelo y ritmo de desarrollo… y hacer que sea más humano
para todos los pueblos de la tierra. Corremos el riesgo de que la Naturaleza y la Tecnología
nos coman a todos.