¡Ya lo esperaba, Señor!... ¡Lo presentía!
Que un regalo de amor nos preparabas. ..
no basado en la ciencia de los hombres!
Ni siquiera basado en profecía!
Sin sospechar siquiera en mi conciente,
Te presentas, Señor, ¡tan de repente!
Mis ojos se negaban a creer, pues en mi mente
Te daba miles formas: arte presente
Que el pincel del artista acariciaba!
¡Y que el no conocerte hace evidente!
Te imaginaba hermoso; de ancha frente,
De bordados cabellos en tus sienes;
De grandes cejas negras; de ojos verdes;
De rostro ufano...y de mirada alegre!
Olvidé que la angustia, al ser humano,
transforma la alegría en penas crueles,
y sólo veía en ti a un Dios humano
sin ver al hombre real, que al dolor cede!
¿Por qué pediste al Padre “perdonase”
cuando clavávamos tus manos a conciencia
de lo que hacemos todavía con nuestra
ciencia
diciéndole: “No saben lo que hacen”
¿Cómo pudiste mirarnos con ternura,
como si nada hubiese hecho a tu persona
al clavarte tus pies? Mas de la altura
de tu cruz decías: “Padre, perdona”.
Dos mil años después, en nuestro lecho
de cruenta humanidad que aún te maltrata,
que en las ofensas, tu imagen desbarata.. .!
no te olvidas de mí, pobre desecho!
¡Te oré –lo sabes- sin cesar pedía,
pudiera en mis adentros llevar clara
tu verdadera imagen, tu real cara,
y que sin ver tu faz no moriría!
¡No he enjugado tus lágrimas, Señor,
soy el causante
de cada una de las que derramaste!
¡No sequé tu sudor; mis latigazos
-sobre tu espalda-
¡aún producen dolor!
¡No saqué tus espinas; al contrario:
aún pongo una corona de ellas,
y con tu sangre manchas tu sudario!
No me dolía tu caminar hacia el Calvario,
ni te ayudé a cargar la cruz por el camino,
como Simón, el acertado peregrino
que aterrado aceptaba el ayudarlo!
¡Nunca te he amado, Señor, lo suficiente
para ser merecedor de tanta gracia,
pues soy –mas bien- caudal de la ignorancia,
y sin embargo me llevas en tu mente!
De tal suerte que al final de lo existente,
como un acto de amor y de clemencia,
en mis adentros, mientras sentía tu ausencia,
recibía gracia del Creador omnisapient e!
Mas cuando menos merezco tu presencia,
me obsequias tu retrato milenario
haciendo de mi ser como un santuario
donde guardo las facciones de la ciencia,
como recuerdo del camino hacia el Calvario.
Gracias, mi Dios, te ofrezco en mi incensario
de oraciones que elevo a cada instante,
con tu imagen imponente y tan fragante,
todo un torrente de una triste alegría
que refleja tu rostro... en ese día!
¡Qué ignominia, Señor, tan antagónica:
Le ofreciste, en gratitud, a La Verónica,
la misma imagen que termina siendo mía!
Al mirar en tu rostro, queda fija
La tristeza que en tus ojos se refleja,
un “perdón” de verdad; una madeja
de bendiciones que al mundo le prolijas!
Al contemplar tu semblante entristecid o,
tus ojos de perdón se te ennoblecen,
y en lo profundo, como un gemir, parece
que dijeras al mundo tan sufrido:
“Te he perdonado, hijo mío, ¡con creces!”